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Channel: Daniel González Dueñas

García Lorca, poeta oceánico (3)

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DGD: Postales, 2023.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

García Lorca, poeta oceánico (3)

 

Nota

 

En 1929 un gran amigo de García Lorca, Fernando de los Ríos, le propuso que lo acompañara en un viaje de trabajo que haría a Nueva York. Lorca aceptó con entusiasmo: era su primera estancia en el extranjero y le serviría para ver mundo y mejorar su inglés. Según declaró más tarde, esos varios meses que pasó en la selva neoyorkina habrían de resultar “una de las experiencias más útiles de mi vida”, y aquí esa utilidad se refiere a muy diversos territorios. En esas tierras Lorca inició uno de sus libros fundamentales, Poeta en Nueva York, que sólo se publicaría cuatro años después de su muerte. Viaje iniciático en todos los sentidos: el más hondo ejercicio de abismo, ensueño y pesadilla, revelación y demolición (“Es allí donde sueñan los torsos bajo la gula de la hierba. / Allí los corales empapan la desesperación de la tinta, / los durmientes borran sus perfiles bajo la madeja de los caracoles / y queda el hueco de la danza sobre las últimas cenizas”).

   En Nueva York ve teatro de vanguardia que lo estremece e impulsa, y escribe los esbozos de tres libretos escénicos a los que él mismo llamará “teatro imposible”: Así que pasen cinco años, El público y la incompleta Comedia sin título. Los temas fundamentales de estas piezas, en las que Lorca veía el verdadero propósito de toda su dramaturgia, son los límites del teatro y la exposición colectiva de la verdad oculta. Según ha descubierto Antonio Monegal, la Comedia sin título tenía nombre: El sueño de la vida. En el prólogo, Lorca es implacable: “Ustedes vienen al teatro con el afán único de divertirse y tienen autores a los que pagan, y es muy justo, pero hoy el poeta les hace una encerrona porque quiere y aspira a conmover sus corazones enseñando las cosas que no quieren ver, gritando las simplísimas verdades que no quieren oír”.

   Desde el título El sueño de la vida se extiende una línea directa a aquel verso de Lorca de “Ciudad sin sueño. Nocturno de Brooklyn Bridge” (Poeta en Nueva York): “No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!”. No hay en ello contradicción, sino sólo acaso la señalización de un rumbo (en la poesía el único territorio posible es la paradoja, no hay otra certeza que la incertidumbre ni más tierra firme que la ambigüedad). Los sueños no necesariamente se acumulan en una gran ilusión. El camino hacia la lucidez es onírico. Para García Lorca la poesía es un estado de alerta que conduce al despertar. [DGD]

 

 

 

 

 


 

 

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P O S T A L E S  /  D G D  /  E N L A C E S

Voces de Antonio Porchia

Postales

Postales de poesía

 

 


Gilberto Owen: Tréboles de seis hojas

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DGD: Postales, 2023.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Gilberto Owen: Tréboles de seis hojas

D.G.D.


 

Muy probablemente Luis Mario Schneider acierta en su afirmación de que, en el ilustre grupo de poetas mexicanos llamado Contemporáneos,[1] Gilberto Owen (El Rosario, Sinaloa, 1904-Filadelfia, 1952) “es el romántico, el menos civilizado, el más épico, aunque su epopeya sea la que se redime en el olvido”.[2] Un olvido que el propio Owen predice con su rigor característico y que Schneider identifica más bien con “la poderosa desmemoria de los que pueden hacer algo”. Desde la fecha de este reclamo buenos intentos se han hecho por reanudar el diálogo con un poeta que no sólo es fundamental sino fundacional.[3]

   Pero quizás Owen habla de otro olvido, ese al que se refiere en los versos iniciales de “Defensa del hombre” (poema de El infierno perdido): una desmemoria que si abandona es “sólo a que floreciese otra virginidad más dura en el olvido”. No sería, pues, un olvidar (acto) sino un olvido (esencia) y no del poeta y ni siquiera de su poesía, sino inmanente a todos los poetas y a toda la poesía: un abandono que no tiene otra finalidad que llegar por otro lado al verdadero reencuentro, el del hombre consigo mismo.

   Owen lo sabe, y es torturado por saberlo: “sin ser voz suena mi nombre / mas dónde suena no sé / que se me enredó la oreja / descifrando un caracol / tras una reja de olas”.

   El olvido que rige al mundo no es sino amnesia provocada: “el silencio ya no dice nada / porque nadie lo oye”. Quien lo desoye no es porque carezca de oídos sino porque las campanas de la distracción le sobreponen sin cesar nuevos barullos.

   Esta es la finalidad ulterior: “No ser y estar en todas las fronteras / a punto de olvidarlo o recordarlo todo totalmente”, y su carácter de objetivo universal reposa en que sea una meta tan pequeña e íntima como el recuerdo que es de todos sólo por pertenecer irrepetiblemente a cada uno: “Porque yo tuve un día una mañana / y un amor. Fino y frío amor, tan claro / que lo empañaba el tacto de pensarlo”. Es la demanda de “la enconada memoria del nacer, / indeclinable y terco, a tantas vidas”.

   Esa es la demoníaca rebeldía del poema (toda la obra es un único poema) de Gilberto Owen: volverse contra este mundo en “donde la rosa no es ya sino el nombre / sin rosa de la rosa y nuestros dedos / no saben ya el contorno de las frutas / ni los labios la pulpa de los labios”.

   El poeta contempla y deja en el verso aquello en lo que sus ojos se concentran: “Tréboles de seis hojas que siguen siendo tréboles”. Sí, el milagro sigue siendo milagro a mitad de lo cotidiano, y de hecho, sólo es portento si está rodeado por lo corriente; si sólo hubiera milagros, ellos conformarían lo ordinario y entonces tendría que haber milagros a la segunda potencia para que siguiera viva la noción milagro.

   Gilberto Owen es una forma portentosa de esa voz que trasplanta tréboles de seis hojas a manera de defensa contra el olvido prefabricado: “Ya no va a dolerme el mar, / porque conocí la fuente. // Ya no va a dolerme el viento, / porque conocí la brisa”.

 

 


 


 


 


 


 

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Gilberto Owen fue autor de Desvelo (1923), La llama fría (1925), Novela como nube (1926), Línea (1930), El libro de Ruth (1946), Perseo vencido (1948), Poesía y prosa (1953), El infierno perdido (1979, 2008).

 

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Notas

 

[1]Contemporáneos es el nombre de un grupo de escritores reunidos en torno a la revista del mismo nombre, cuya publicación comenzó en México en 1928: Jorge Cuesta, Enrique González Rojo, José Gorostiza, Gilberto Owen, Carlos Pellicer, Salvador Novo, Bernardo Ortiz de Montellano, Jaime Torres Bodet, Xavier Villaurrutia. En la integración del “grupo sin grupo” a decir de Villaurrutia, o del “archipiélago de soledades” según Torres Bodet, o incluso de la “agrupación de forajidos” a partir de una expresión de Cuesta, se incluyen asimismo los nombres de Celestino Gorostiza, Roberto Montenegro, Antonieta Rivas Mercado y Manuel Rodríguez Lozano. Lo que estos poetas pretendían es nítidamente planteado por Tomás Segovia: “hacer de la poesía mexicana una poesía contemporánea de la poesía mundial” (“Nuestro contemporáneo Gilberto Owen”, en Ensayos I. Actitudes/Contracorrientes, Universidad Autónoma Metropolitana, col. de Cultura Universitaria 44, México, 1988).

 

[2] Gilberto Owen: El infierno perdido, Universidad Nacional Autónoma de México, col. Material de lectura, Serie poesía moderna 36, México, 1979, 2008; prólogo de Luis Mario Schneider.

 

[3] La vida de Owen está rodeada por leyendas, las mejores de ellas creadas por el poeta mismo: “la trasmutación poética de la materia biográfica”, observa Tomás Segovia, “es precisamente, me parece, lo más profundo que hay en la obra de Gilberto Owen” (op. cit.). Cf. Vicente Quirarte: El azogue y la granada: el discurso amoroso de Gilberto Owen, UNAM, México, 1990.

 

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P O S T A L E S  /  D G D  /  E N L A C E S

Voces de Antonio Porchia

Postales

Postales de poesía

 

 

Carta-poema a Rubén Bonifaz Nuño

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DGD: Postales, 2023.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Carta-poema a Rubén Bonifaz Nuño

 

Nota

Rubén Bonifaz Nuño (1923-2013) no sólo es uno de los poetas básicos del idioma español sino el magistral traductor de Virgilio, Catulo, Propercio, Ovidio, Horacio, en las señeras páginas de la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana de la UNAM. A finales de los años setenta se decidió por fin a reunir en un solo volumen los poemarios que había publicado entre 1945 y 1971; el Fondo de Cultura Económica publicó en 1979, dentro de la colección Lecturas mexicanas, la obra conjunta de Bonifaz Nuño bajo el título De otro modo lo mismo.

               Es bien sabido que leer los poemarios de un autor a medida que van apareciendo resulta muy diferente a recorrer su obra reunida en un único tomo: los planetas sueltos se convierten en sistema planetario y líneas independientes entre sí se vuelven horizonte y perspectiva: la sección áurea echa a andar su espiral. En este contexto brillaba como nunca la carta que el propio poeta había incluido en Los demonios y los días (1956): “[...] Estoy escribiendo para que todos / puedan conocer mi domicilio, / por si alguno quiere contestarme. // Escribo mi carta para decirles / que esto es lo que pasa: estamos enfermos / del tiempo, del aire mismo, / de la pesadumbre que respiramos, / de la soledad que se nos impone. // [...] Entiendo que no debe ser, que acaso / hay quien, sin saberlo, me necesita. / Yo lo necesito también. Ahora / lo digo en voz alta, simplemente. // Escribí al principio: tiendo la mano. / Espero que alguno lo comprenda”.

               Después de la lectura de De otro modo lo mismo, tuve el atrevimiento de enviar a don Rubén una carta-poema referida ante todo al sabio título elegido para su antología: a la humildad de las dos últimas palabras (“todos los poetas hablan de lo mismo”) se contraponen las tres primeras con nítida afirmación (“cada quien muy a su manera”). En esa declaración de principios el estilo es idéntico a la esencia: lo que distingue al trabajo expresivo es qué tan otro es el modo individual, pero también en qué modo se ha internado en la otredad, en el misterio magno en donde yo es un otro (Rimbaud), o dicho de otra manera, en donde lo otro es lo mismo. [DGD]

 

 

El clamor otro

D.G.D.

 

a Rubén Bonifaz Nuño

 

A la orilla de qué mar interminable

nacerá una vida otra que esta vida

una sangre otra que esta sangre

un clamor otro y una otra belleza convulsiva

 

¿Será, don Rubén, de otro modo lo mismo

o un mismo que nada tiene de este mismo

y es otro tan de otro modo

que no hay modo de saber

su otra mismidad?

 

Mundos en verdad otros

tan otros que ni entre sí

pueden llamarse mismos

y no son sino de otro modo lo otro

 

¿O será, don Rubén,

del mismo modo lo otro

y no haya, pues, otro modo

más que éste de orillarse

en qué mar interminable

en qué vida y en qué sangre

en qué belleza el clamor otro?[1]

 

 


 


 


 


  

*

 

Nota

[1] Incluido en La raíz eléctrica, conaculta, Col. Práctica Mortal, México, 2006.El poeta conoció en este libro la carta-poema y tuvo la generosidad de responder con un mensaje que dictó a su colaboradora, Paloma Guardia Montoya, y que ella me envió en un correo electrónico fechado el 4 de junio de 2007: “Me han leído gran parte de los poemas de su libro La raíz eléctrica. Sorprendente, por única, la manera como usted logra descubrir la realidad de las cosas. Gracias, de veras, y felicidades”. Acaso toda la obra de Rubén Bonifaz Nuñoes una carta abierta: “Derrame el canto sus caminos / como una primavera de cimientos. // Cirio sonoro, fundación, arroyo / de abejas parcas, arribando / al seno acelerado de la llama” (Fuego de pobres, 1961).

 

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P O S T A L E S  /  D G D  /  E N L A C E S

Voces de Antonio Porchia

Postales

Postales de poesía

 

 

Jorge Guillén: aireada claridad enorme (1)

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DGD: Postales, 2023.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Jorge Guillén: aireada claridad enorme (1)

D.G.D.

Desde la primera juventud, Jorge Guillén (Valladolid, 1893-Málaga, 1984) adivinó que su obra no se compondría de poemarios de diversos tonos sino que sería un todo orgánico —al que dio el título general de Aire nuestro— que se presentaría sucesivamente pero implicaría la simultaneidad; así, su primer poemario, Cántico, de 1928, que en ese momento constaba de 75 poemas, va ampliándose (tal vez debería decirse va germinando) en las reediciones: la de 1936 contiene 125 poemas; la de 1945, 270; la de 1950, 334.

   Un cierto cambio de tono se dio, sin embargo, cuando Guillén escribió, en el gran contexto de Cántico, el verso “El mundo está bien hecho”; ese momento era el de la posguerra española, y de inmediato le generó la sorpresa, primero, y la indignación, después, de los poetas de compromiso existencial y social que vivían las terribles consecuencias de la guerra civil. Guillén dirá más tarde, en Clamor (1957), algo que se entenderá como una especie de paso atrás: “El mundo de los hombres está mal hecho”. La crítica, complacida, se apresura a afirmar que Guillén “toma conciencia de la temporalidad histórica” (lo que implica una inconsciencia anterior) y que “Si Cántico es el agradecimiento del poeta por la perfección de la creación, en Clamor se cuartea la creencia en la perfección del cosmos” (en esto va implícito que sólo es aceptable una perfección cuarteada). El propio poeta hablará de las “épocas” en que se divide su obra: la de Cántico parece concluir para dar paso a la de Clamor (1957, 1960, 1963) y luego ésta a la de Homenaje (1967). Sin embargo, no dejará de señalar la unidad de fondo cuando en 1968 publica en Milán la reunión Aire nuestro: Cántico, Clamor, Homenaje.

   Ante todo debe examinarse el contexto en que aparece el polémico verso, que es el del poema “Beato sillón”, en donde el poeta adivina el todo en una parte: “¡Beato sillón! La casa / Corrobora su presencia / Con la vaga intermitencia / De su invocación en masa / A la memoria. No pasa / Nada. Los ojos no ven, / Saben. El mundo está bien / Hecho. El instante lo exalta / A marea, de tan alta, / De tan alta, sin vaivén”. (Portentosa imagen de una dialéctica tan alta que ya no depende de los bandazos entre uno y otro de los polos opuestos: bien/mal, luminoso/oscuro, antes/después...)

   Cuando Guillén escribe “El mundo de los hombres está mal hecho” no se trata de un poeta que corrige un error, una candidez o una inadvertencia, ni tampoco hay en el fondo ninguna contradicción con los principios casi orientales de la poesía guilleniana. Lo que el poeta está pidiendo a sus lectores es que no confundan la vida social con la vida. La vida social es sin duda imperfecta, y una de sus principales imperfecciones es la incapacidad de darse cuenta de la perfección del universo en el que está inserta.

   La figura de un poeta como Vicente Aleixandre se cubre de seriedad cuando se le califica como “el poeta del pesimismo cósmico”, pero la obra de Guillén pierde seriedad cuando es llamado “optimista”. Denominar de esta forma a un escritor arrastra una nota de conmiseración; es como acusarlo implícitamente de escapismo, e incluso de una cierta ingenuidad, esa a la que la crítica, aun la más respetuosa, se siente primero obligada a disculpar si ha de ocuparse de un autor de indudable importancia. Decir, por ejemplo, “era optimista, sí, pero estuvo siempre muy comprometido con la realidad social”, no es falso pero sí tendencioso, puesto que implica que la única realidad con la que cualquiera puede comprometerse es la social; el acto de comprometerse parece traicionarse a sí mismo si tiene cualquier otro tono que la desesperación.

   En nuestros medios están condenados de antemano todos los términos que sean opuestos a las definiciones de la época (de cualquier época): oscuridad, devastación, ruina, desastre, fracaso. Cualquiera de estos vocablos suscita un inmediato reconocimiento, un acuerdo de amarga impotencia, mientras que basta ver cómo el mundo de la intelligentsia recibe términos como felicidad, trascendencia o plenitud. Y tampoco puede culparse a quienes escuchan estas últimas palabras con repugnancia, puesto que el discurso de los media ha abusado de ellas al grado de volverlas coartadas de la hipocresía generalizada.

   Pero Guillén no habló de ese modo: “El mundo está bien hecho” no se refiere únicamente al mundo social, ni considera que la vida en sociedad agote el significado de la palabra vida. No es un poeta optimista (sobreentendido como un autor inconsciente o incluso reaccionario por inadvertencia) ni tampoco pesimista (adjetivo en el que está implícito el haber tomado conciencia de que cualquier claridad es ilusoria). Guillén canta a la plenitud en la profusión de su obra, desde el primer poema hasta el último, y a esto no lo contradice el hecho de que en su obra no están exentos los poemas de desaliento o de angustia. Ese “bien hecho” no da la espalda a nada, todo lo contrario. Guillén es el cantor de la poiesis, de la creación en todos sus niveles y manifestaciones: “Yo adivino / Por los ojos, por la mano / Lo que se revuelve arcano / Bajo calidad tan lisa. / Toda un alma se precisa, / Vale. Tras ella me afano”.

   Aire nuestro es una declaración de principios del hombre que busca crearse un alma: “Respiro, / Y el aire en mis pulmones / Ya es saber, ya es amor, ya es alegría, / Alegría entrañada / Que no se me revela / Sino como un apego / Jamás interrumpido / —De tan elemental— / A la gran sucesión de los instantes / En que voy respirando, / Abrazándome a un poco / De la aireada claridad enorme”.

 

 

 

 

 



 

*

 

Cántico fue editado por primera vez en 1928; la versión final, publicada en 1950 en Buenos Aires, se divide en cinco partes: “Al aire de tu vuelo”, “Las horas situadas”, “El pájaro en la mano”, “Aquí mismo” y “Pleno ser”. Clamor se compone de tres volúmenes: Maremágnum (1957), Que van a dar en el mar (1960) y A la altura de las circunstancias (1963). Homenaje fue publicado en 1967. Luego Guillén publicaría Y otros poemas (1973) y Final (1982).

 

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P O S T A L E S  /  D G D  /  E N L A C E S

Voces de Antonio Porchia

Postales

Postales de poesía

 

 

Jorge Guillén: aireada claridad enorme (2)

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DGD: Postales, 2023.

 

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Jorge Guillén: aireada claridad enorme (2)

D.G.D.

 

Los poetas dialogan. En el siglo XVII el gran maestro del haiku, Matsuo Basho (1644-1694), registra un instante eterno:

 

 

 En el siglo XX, Jorge Guillén (1893-1984) responde:

 

 

Este poema es tantas cosas a la vez: un eco, una reformulación, una correspondencia. Es también la gana de visitar el instante en que Basho visita lo eterno, inmovilizado por su vértigo, desbaratado por su quietud. El diálogo tiene como trasfondo “ascender a la mitología”: “Con dioses presidir, ser un arcángel, / Otear bastaría desde un alma / La tarde en esta crisis de apogeo / Que derrumba su alud: este minuto / De un esplendor que es ya su despilfarro”.

 

 

 

“Jorge Guillén fue un poeta de la felicidad”, exclama Borges. “Uno la siente en sus versos: ‘Todo en el aire es pájaro’. Eso podría ser una pesadilla: ‘Todo en el aire es pájaro’, pero dicho por él no lo es; se parece a una felicidad.”[1] A eso precisamente se parece, en el poema llamado “Perro”, el instante en que el poeta mira realmente esa mirada perfecta, honda y redentora:

 

 

 

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Nota

[1] Jorge Luis Borges entrevistado por Osvaldo Ferrari en En diálogo, I y II, Sudamericana, Buenos Aires, 1985.

 

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Postales de poesía

 

 

Jorge Guillén: aireada claridad enorme (3)

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DGD: Postales, 2023.
 

 

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Jorge Guillén: aireada claridad enorme (3)

D.G.D.

 

Jorge Guillén posee, más que un mundo, una cosmovisión: “Luz, luz. El resplandor es un latido”, porque “Todo lo inventa el rayo de la aurora”. La luz es escritura (“Letras de luz pronuncian, / Silabario del vértigo, / Palabrerías bruscas”) y es también aprendizaje (“Con la luz me perfecciono”).

            La luz indiferenciable del sonido: “¿No había orquesta, / La máquina del mundo era sonora?”; “El son me da un perfil de carne y hueso. / La forma se me vuelve salvavidas”. Para Guillén el sonido más puro y germinal es el silencio: “¡Oh noche inmóvil ante la mirada: / Tanto silencio convertido en pura / Materia”.

            El mundo natural atisbado como un caos sin cesar fecundo en eterna autocreación: “En la luz, sin embargo, ya no es nada / Tanto desorden, y hasta el mismo duende / Tenebroso me fuerza a que yo cante”. El canto hace aún más tangible lo inmediato, comenzando por lo invisible: “Todo el árbol / Irguiendo está su ansia de la raíz al canto”; “¡Cuánto concurso de universo debe / Fluir por toda flor que al fin se abra!”.

 

 

             El poema en Guillén no es objeto de una búsqueda sino de un encuentro: “No busco. Cedo al ímpetu que guía / —Varia salud— la sangre por la vena”. Tampoco tiene los límites previsibles: “Ser henchido de ser jamás empieza / Ni termina”; “Tanta acción de un destino acaba en alma”. Sin embargo, el poeta maneja con cuidado esa palabra: “¿Destino? No hay destino / Cifrado en claves sabias”; “Si el azar no era ya mi fe, / Mi esperanza en acto era el viaje. / ¿El destino creó el azar? / Una ola fue todo el mar. / El mar es un solo oleaje”.

 


            El poema, desde luego, es también una forma del agradecimiento: “Gracias, noche, que resuelves / Ese mundo que no vemos, / Bajo tus claros de nubes, / En sosiego de misterio”. Qué audacia colocar, como título de un poema, la palabra Ocaso entre signos interrogativos —y con ello cuestionar asimismo a todo concepto conclusivo—, pregunta a la que responde el último verso: “Nada se pierde. La tierra en su ser profundiza”. (Pero en Guillén el último verso de un poema no es sino el primero del siguiente canto.)

 

 

             El poeta vuelve a su claridad infantil: “La noche toda es fondo. / Espera, pues. // El sol descubrirá, / Bellísima inocente, la simple superficie”. El niño no es lo que el adulto deja atrás, sino la única meta de la madurez: “Entre sombras perdura aquella infancia. / Aun la impone una espera indestructible”.

            Guillén asume cada elemento del mundo no como cosa sino como elección: “El sí, el no del animal que elige, / Que ya se elige humano, / Tan capaz de ser hombre”.

            Es un verdadero gozo encontrar, por una vez, una poesía que no se basa en el tempus fugit: “El momento no acaba. / Sobre su propia cima permanece, / Visible, soleado”.


 

             Un poeta como Guillén centra la atención (“¡Cuánta suma / Real aguarda el paso del atento!”) en individualidades —sol, nube, flor...— pero en cada ocasión le es imposible no decirlo todo: “¡Cuántas verdades! Sea la tarea. / Si del todo vivir, decir del todo”; “Todo hacia la palabra se condensa. / ¿Cuánta energía fluye por tan leve / Cuerpo! Postrer acción, postrer defensa / De este existir que a persistir se atreve”.

            No se trata tampoco de la singularidad de la voz contrapuesta al torrente de lo diverso: “Poesía forzosa. De repente, / Aquella realidad entonces santa, / A través de la tarde trasparente, / Nos desnuda su esencia. ¿Quién no canta?”. Entrañable poeta aquel a quien asombraría el que hubiera un solo ser consciente que no cante.

 


 

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Postales de poesía

  

Tomás Segovia: el cuerpo pensante (1)

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DGD: Postales, 2023.

 

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Tomás Segovia: el cuerpo pensante (1)

D.G.D.

 

Tomás Segovia (Valencia, España, 1927-Ciudad de México, 2011) cultivó rigurosamente sus cuadernos de apuntes a lo largo de seis décadas (1950-2011) bajo el título general de El tiempo en los brazos. Los primeros libros de Segovia fueron poemarios: La luz provisional (1950), Apariciones (1957), Siete poemas (1958) —más la novela corta Primavera muda (1954)—; a la vez colaboraba en revistas y suplementos con textos analíticos y reflexivos que le generaron un inmediato reconocimiento como un ensayista excepcional —carácter que no haría sino confirmarse en las décadas siguientes. En estos textos Segovia incursionaba en diversos territorios del conocimiento (proverbialmente interesado en todos los aspectos de la cultura) pero sobre todo en uno: la poesía misma; no sólo escribía poemas sino que le importaba construir un desglose profundo de la experiencia poética. Pronto se dio cuenta, con una cierta pesadumbre, de que el desglose eclipsaba a lo desglosado; de que su poesía era menos atendida que el aspecto ensayístico de su escritura; de que la crítica lo imponía como ensayista.

   En esa época, en una de las páginas más personales de ese gran ejercicio de escritura que ya era entonces El tiempo en los brazos, Segovia especificó el modo en que quería ser recordado por la posteridad; este deseo era enunciado en tres palabras escuetas: Poeta o nada. La terminante declaración fue incluida en la entrada correspondiente al 29 de abril de 1957; Segovia estaba a un mes de cumplir los treinta años de edad.

 

 

   En esa entrada el autor asevera que toda su actividad ensayística ha sido “sólo una especie de ataque de flanco encaminada siempre secretamente a hacer tragar mi poesía —es decir una falacia. Hay que jugar limpio, por lo menos con uno mismo”. Y agrega: “Es triste la idea de llegar a la vejez convertido en un poeta casero, genio tal vez pero ignorado, objeto de cierto respeto irónico por parte de unos cuantos espíritus secundarios. Pero es más triste la idea de llegar con máscara. Ahora a escribir y basta”.

   Es lo que haría en las décadas siguientes, siempre publicando poemarios como territorio esencial pero sin abandonar el ensayo (vendrán algunos de sus textos ensayísticos fundamentales como Anagnórisis,Actitudes, Contracorrientes,Poética y profética,Cuaderno inoportuno,Sextante,Resistencia).

 

  

   El porqué de esa definitiva dicotomía entre el poeta y el ensayista, con una absoluta acentuación en el primero, está sin duda en otra página de sus cuadernos. Ahí Segovia plantea una básica diferencia entre el pensamiento reflexivo y el pensamiento que canta (1965-11-09). La actividad esencial del primero es la separación, la categorización, el encasillamiento, mientras que la poesía “no es sólo tema de meditación. Es en un solo cuerpo el tema y la meditación”. Si el centro fundamental del pensamiento reflexivo es el cerebro, la visión dialéctica del mundo nos hace concluir que el centro del pensamiento que canta es el corazón; Segovia afirma de modo determinante que no es sólo el corazón sino el cuerpo entero: elcuerpo pensante, “porque es el hombre (entero) en cuanto vida meditada —la vida que se medita a sí misma”.

   Y así alcanza la más resonante de las definiciones: “El canto es el pensamiento de la vida sobre sí misma (y sobre la muerte). La reflexión es el pensamiento de la muerte sobre sí misma (y sobre la vida)”. Lo que Segovia desdeña y desecha no es el ensayo en tanto “género” sino esa forma de la reflexión que usa tal nombre y que en general no sólo deja fuera a la carne sino que la devora.

 

 

   “En el canto”, dice Segovia, “es la carne la que piensa. En el jeu de l’artiste (virtuosismo) la carne no piensa. ‘Ce n’est plus de la chair, c’est de la viande.’ (Si en español no existe esa distinción: chair / viande, flesh / meat, ¿es porque incluso la carne que comemos es pensamiento, o es porque sólo vemos la carne como comestible? Incluso cuidándose de no ser tendencioso parece más probable lo primero.)”

   Esa locución francesa es de difícil traducción; en francés chair y viande son en principio sinónimos (Segovia señala el mismo caso en inglés entre flesh y meat), aunque el primero es un término más general que permite la metaforización, como en chair à canon (“carne de cañón”) o chair de ma chair (“pedazo de mi alma”), mientras que el segundo es literal y físico; la equivalencia con la palabra española “vianda” es lejana, porque en este idioma significa alimento en general, mientras que en francés alude directamente a los cortes de carne, como en viande de boeuf (“carne de vaca”) o viande garnie (“carne con guarnición”). Para acercarse a la frase original sería necesario decir algo así como “No es la carnalidad, es la carne”.

 

 

   Por eso cincuenta años más tarde Segovia escribe en sus cuadernos: “Días pasados sentí con más fuerza que nunca que hace ya años que he cumplido el sueño más querido de mi juventud: escribir (y mucho) enteramente fuera de la literatura. [...] La poesía que escribo ahora la escribo en plena inocencia: a mano limpia, solo frente a la realidad, sin que se inmiscuya la menor gota de profesionalismo, ni de ‘intertextualidad’, ¡Dios me valga!, como tampoco trucos atesorados o especulaciones con valores seguros. Nada se compara a esta sensación dichosa que tengo ahora al escribir un poema: que entro en sintonía con la vida, y la voz, que en mí responde a esa sintonía, sale toda de mí, no la saco en ninguna medida de otro sitio, aunque ese otro sitio fuera mi acervo, mi conocimiento, mi riqueza apropiada” (2009-07-09).

 

 

   Pero también con una cierta poesía marca sus distancias: “No que gracias a la poesía ‘embellezca’ yo la vida (eso sí que sería cursilería), sino en todo caso lo contrario: que gracias a la belleza de la vida puedo —o tengo que— hacer poesía —pero más exactamente ni siquiera eso, sino que la poesía y la maravilla de estar vivo son lo mismo. Por eso también me siento tan lejos de los escritores de poemas: para mí escribir poesía no es hacer nada. Querer ser profesional de la poesía es como querer ser profesional de la respiración o del crecimiento del pelo” (2010-03-24).

   Segovia no resta importancia a su obra ensayística; es sólo que no quiere ser “impuesto” como ensayista si ello significa ocultar con ese nombramiento honorario lo que siempre quiso revelar acerca de la poesía. Pocos negarían la evidencia de que Segovia enseñó a pensar a varias generaciones de escritores hispanoamericanos, pero él mismo tendería a corregir los términos en el sentido de que su deseo fue enseñarlos a cantar, esto es, a asumir el cuerpo pensante.

 

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Tomás Segovia: El tiempo en los brazos. Cuadernos de notas. Tomo I (1984-2005), Ediciones Sin Nombre/Fundación para las Letras Mexicanas, México, 2012; prólogo de Christopher Domínguez Michael. | El tiempo en los brazos. Cuadernos de notas. Tomo II (1984-2005), Ediciones Sin Nombre/Fundación para las Letras Mexicanas, México, 2013; prólogo de José María Espinasa. | El tiempo en los brazos. Cuadernos de notas. Tomo III (2005-2011), Ediciones Sin Nombre/Fundación para las Letras Mexicanas, México, 2015; prólogo de Daniel González Dueñas.

Tomás Segovia: Ensayos completos, Ediciones Sin Nombre, México, 2018-2021; prólogos de José María Espinasa. Tomo I: Actitudes y contracorrientes. Tomo II: Trilla de asuntos. Tomo III: Sextante, Cuaderno inoportuno y Páginas de ida y vuelta. Tomo IV: Poética y profética.

 

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Tomás Segovia: el cuerpo pensante (2)

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r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Sobre poesía y poema (1)

Tomás Segovia

 

[Fragmentos extraídos de los cuadernos de notas de Tomás Segovia: El tiempo en los brazos, Ediciones Sin Nombre/Fundación para las Letras Mexicanas, México, 2012-2015; tres tomos. (DGD)]

 

En mi adolescencia aspiraba al Poema con mayúscula, al poema único, es decir al momento único, a ese momento que fuera el más elevado y, por comparación, el único válido de toda una vida. Ahora pienso que no hay que buscar un Uno, sino una unidad; no el momento único, sino la unidad de los momentos. Es la diferencia que hay entre la regla y la armonía, o, trasladado a otro plano, entre un Estado y un país.

            El poema lírico que sepa aceptar esta humildad, que sepa renunciar a la superioridad absoluta del momento que expresa, de la visión que expresa, del aspecto (necesariamente limitado) que expresa, estará en camino, paradójicamente, de alcanzar ese Todo al que aspira. Llevará, aunque esté aislado, aunque sea la única producción de su autor, la huella de su humildad —de su grandeza. Porque no se puede decir todo, pero sí la unidad de todo. Y para ello, previamente, hay que consentir en la existencia de todo. Y el poema que estará más cerca de alcanzar la unidad será aquel que consienta en la existencia de los otros poemas, en la existencia de la realidad (en la existencia de lo que no sea él y aun en la existencia de lo que no sea poesía). Este consentimiento tiene que dejar una huella en el poema.

            En otro plano más profundo, encontramos nuevamente aquí un ascetismo, una renuncia, un franciscanismo. Todo en el arte es grandeza, y la grandeza no es soberbia, sino por el contrario humildad.

            Por lo demás, todo esto son problemas de después de la obra, y nada de ello me interesa en la obra misma, sino los problemas vivos que ella trata. [Noviembre 10 de 1953]

 

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Lo que tiene de religioso la actitud poética es esto: la idea de lo sagrado. De esta actitud hay cientos de pruebas psicológicas. El poema consagra. Lo sagrado es algo que está justificado en última instancia (o tal vez mejor: que no necesita justificación) y con lo cual hay que estar en relación espiritual, re-ligado (re-ligión). Esta distinción es importante: con una cosa sagrada sólo puede entrarse en relación espiritual, nunca en relación mecánica. Este carácter espiritual de lo sagrado lo vincula con el problema de la libertad: de ahí la posibilidad del sacrilegio. Una cosa que no tiene relación con la libertad no puede ser objeto de sacrilegio. [Agosto 11 de 1954]

 

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Si yo escribo un poema sobre el atardecer o sobre mi mujer desnuda, lo que me interesa no es hacer un hermoso poema, sino el atardecer o mi mujer desnuda. Si por un solo instante me interesara más mi poema que lo que en él, por pura ansia de realidad, intento expresar, me parecería haber cometido una especie de suicidio. Este suicidio es el que cometen hoy tantos artistas.

            Higiene espiritual: repetirse todos los días, varias veces, antes de dormirse, que la literatura no es nada, que el arte no es nada, que la poesía no es nada. [Septiembre 5 de 1954]

 

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Cada día siento con más fuerza que la poesía es toda una manera de vivir; pero lo que se trata de vivir es la vida, y hay que cuidarse mucho de no descarriarse, ni en un sentido ni en otro. Creo que cuando sea viejo y mi obra esté cerrada, me gustaría poder decir de mí: he vivido; y de ella: así he vivido. [Septiembre 28 de 1954]

 

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La poesía es la Verdad vivida. [Octubre 18 de 1954]

 

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Lo que la Historia sabe de nosotros será siempre mentira, y precisamente si la poesía es casi la única verdad humana que perdura, es porque perdura al margen de la Historia, porque hace hablar en la Historia a una voz que no es de su reino. La poesía es la rebeldía ante la Historia. [Agosto 13 de 1955]

 

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No hay que buscar la poesía en la vida, sino la vida en la vida, y la poesía vendrá después. Lo otro es un artificio —y se nota mucho.

            La finalidad de la vida no es la poesía, es ella misma —o su sustentación superior pero viva también. Creo que todos los grandes poetas se han entregado enteramente a su obra, pero sabiendo siempre que no vivían para hacer esa obra, sino que la hacían —al mismo tiempo— para vivir y porque vivían. [Julio 13 de 1956]

 

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La traición en la poesía y el arte modernos es cuando en lugar de restituirnos a la naturaleza —y a nuestra naturaleza—, como es su misión, se deja engañar a menudo y acaba por hacerse sierva de la Historia, por conducirnos nuevamente al mundo puramente histórico. El mundo histórico es el desierto. La poesía es el agua viva, natural, que fertiliza este desierto, y sólo ella puede fertilizarlo. [Julio 16 de 1956]

 

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Releído algunos poemas antiguos. Qué maravilla aquella época entre los 16 y los 20 años, cuando sólo importaba lo visto, o sentido, sin preocupaciones históricas, estéticas, morales. ¿Cómo he podido dejarme distraer de eso? Es lo que en ascética se llama “el mundo” (“lo mundanal”). Nos obliga a mirarnos desde fuera, como cosa exterior, a olvidarnos de dónde partimos. Lo cual no estaría mal si no fuera porque en estado virginal no se está encerrado en uno mismo, sino que casi no se siente uno a sí mismo, de tanto que nos maravilla la hermosura del mundo. Vivir “en el mundo”, mundanalmente, nos revierte constantemente a nosotros mismos. Nos hace cosa.

            La poesía es convertirse en mirada. [Agosto 1 de 1956]

 

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Cuántas veces he pensado perderlo todo. Y siempre queda, cambiada pero una, la poesía. Desde mi punto de vista la poesía debería definirse así: lo que permanece.

            Sin ella, ¿cómo sabría que he vivido? [...]

 

Está ahora de moda una encuesta en que preguntan a los escritores: ¿Para qué escribe usted? ¿Para quién? Por supuesto, a mí no me lo han preguntado. Pero me lo pregunto yo.

            Para saber que estoy vivo. Para todos aquellos que quieran darse cuenta de que están vivos y cómo. En esta comunicación me hago real; porque vivir no es necesariamente ser comprendido, pero sí poderser comprendido.[Noviembre 22 de 1956]

 

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En el fondo no hay tal vez más que dos formas de arte: cantar y contar. La música, la poesía, la danza cantan. La novela, el teatro, la pintura cuentan. Claro que en general: hay poemas que cuentan, cuadros que cantan. Por eso precisamente esta división me parece más verdadera que la clasificación en géneros.[Enero 11 de 1957]

 

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Qué es lo que convierte un espacio en casa sólo la poesía lo sabe. [Noviembre 17 de 1957]

 

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No hay artistas insinceros, sólo hay artistas víctimas de sí mismos. Su mundo también contribuye a este engaño: les hace fácil la imitación que ellos, tomándola por realidad, intentan expresar.

            La poesía es el único aprendizaje para distinguir lo que nos pasa de lo que creemos que nos pasa (porque, a pesar de Sartre, no es lo mismo). E incluso, en última instancia, es el único medio de hacer que nos pase de veras lo que creíamos que nos pasaba.

            El arte, cuando cuaja, es siempre verdad: o lo era de antemano, o hace verdad lo que toca.

            La poesía es creer activamente en la dignidad de lo vivo y la importancia de lo real en un mundo decisivo. [Diciembre 22 de 1957]

 

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El alma dispersa tiene que expresarse con medios dispersos. [...]

            [E]xpresarse por relámpagos, y no ser relámpago, exige una unidad más profunda y sostenida.

            El poeta vive en vilo; no tiene a qué agarrarse, ni siquiera a la inteligencia, cultura, etc. Si se desvirtúa todo se desvirtúa. Su hacer no tiene materia. El novelista, como el escultor, puede empezar por manipular su materia hasta sacarle algo, subirse a su materia. En cambio el poeta cuando empieza a manipular es precisamente cuando está perdido. No puede subirse a nada; sólo puede volar —o caer.

            Desarrollar todas las posibilidades de plenitud armónica que nos sean dadas es un deber, incluso para con los demás. [Julio 21 de 1958]

 

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[N]o sé de qué manera misteriosa yo entendía, en medio de mi ignorancia ilimitada, cómo una cosa que uno se propone y logra con esfuerzo es sin embargo un don. [...]

            [S]i uno estuviera seguro de que en un poema no hay nada más que lo que uno puede poner y quitar, sin duda no lo escribiría. [Noviembre 12 de 1958]

 

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El pintor no puede salir del color; el poeta sí puede salir de la palabra. Incluso sale siempre: está dentro y fuera al mismo tiempo. [...]

            [E]n poesía no se pueden inventar sentimientos, calcados literalmente sobre sentimientos reales (aquí sí es cuestión de “contagios”).[Enero 5 de 1959]

 

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[E]l lector cree que la poesía es igual que la novela, busca en el libro de poemas lo mismo que en el libro de cuentos o de novela, y como no lo encuentra, dice que no lo entiende (pero nadie dice que no “entiende” la música).

            Así, no hay aficionados a la poesía, mientras que sí los hay a la música. Pero la existencia de estos últimos demuestra que puede haber aficionados a un arte que exige gran atención, educación y esfuerzo, e incluso cierto laborioso aprendizaje técnico.

            (Hay que aclarar que entiendo por “aficionados” a los que forman un verdadero público, es decir un conjunto de no profesionales ni afines, que siguen con interés y asiduidad las manifestaciones del arte al que son aficionados, que se desarrollan en su conocimiento de este arte, y que son capaces de una comunión en este arte. En poesía no existe casi en absoluto nadie que reúna estas condiciones.)

            La situación de la poesía hoy puede compararse a la de la música hace unos cuantos años. Pero puesto que esta última cambió con la aparición del disco y la radio, la de la poesía puede cambiar también. Sería ya bastante que tuviera un público como el que tiene hoy la música. Como el del cine probablemente no lo tendrá nunca, pero eso no importa, lo que importa es que tenga uno, que hoy no lo tiene. [...]

            [N]o hay motivo para dejar de hacer poesía, y además todo lo buena que sea posible. El único cambio que estoy dispuesto a admitir como necesario es que los poetas dejen de perseguir una complicación que toman por originalidad y con la cual en realidad buscan dirigirse cada vez a menos gente, haciéndose abstrusos, antipáticos y nihilistas. No es que haya que buscar dirigirse necesariamente a muchos; pero buscar lo contrario es igualmente absurdo; y en igualdad de condiciones es preferible llegar a muchos. Lo que hace falta es una poesía que, siendo todo lo buena que sea posible, no rechace voluntariamente al lector (porque los que hoy la leen no son verdaderos lectores, son escritores). Basta con tomar la actitud correspondiente para que se note —en arte todo se nota, por eso es arte. [Enero 19 de 1959]

 

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Tal vez es cierto que todo está en la infancia. Los “personajes” por ejemplo nos serían totalmente incomprensibles si no tuviéramos unas especies de guías, formadas por nuestras reacciones infantiles, que nos sirven a modo de ejes o coordenadas para disponer los rasgos, etcétera.

            También la felicidad. Es un sabor cuyo paradigma está en la memoria infantil. Todos los sabores pertenecen a la infancia.

            La poesía es sabor (dice no sé qué libro hindú).

            La felicidad no es una cosa, sino un sabor de las cosas. Es importantísimo no confundir. [Marzo 23 de 1959]

 

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¿Será de verdad lo lírico una especie de debilidad? Algo hay de eso, pero qué importa. No hay que tener ninguna superstición, ni siquiera la de la salud y la vida. Si hubiera que debilitarse para alcanzar el poema, de todas formas el poema sigue siendo fuerza. [Abril 10 de 1959]

 

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Es generalmente admitido que el artista no está o no debe estar comprometido. ¿Hay un arte comprometido? Pero la poesía no es del todo arte —o no es sólo arte. [Agosto 27 de 1959]

 

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No es verdad que todo esté dicho. Al contrario. La poesía no empieza todavía. Nuestra poesía. Si ha habido otra y se ha terminado, terminada está. [...]

            Nuestros padres no han cantado. Con nosotros tiene que empezar el canto. Los que hoy estamos vivos probablemente no podremos todavía cantar sólo. Pero otros vendrán que cantarán sin sentir el trabajo del canto, sin ser propedéuticos de su propio canto. Ungaretti ya canta más que Rimbaud, aunque Rimbaud fuese más importante, o más grande, o más todo. J.R.J. [Juan Ramón Jiménez] también, etcétera.

            Lo sagrado está ante nosotros por fin desnudo y “nada de nada nos ilusiona”. Basta pues de ilusiones y cantemos. Orfeo espera en el horizonte. [Agosto 31 de 1959]

 

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Lo que hay que cambiar es esa “literatura”. Hasta que no importe estar clasificado en ella. Comprender que ser gran poeta no es nada. Habituar al lector a que no busque en nuestra obra a un gran poeta, ni siquiera a un revolucionario de la poesía (porque en 20 o 25 años vuelve a ser “un gran poeta”), sino el enunciado de unas verdades simples y asequibles, en principio, a todos. [Septiembre 2 de 1959]

 

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Todo lo que vale la pena decir, sólo puede decirse en poesía. Y los comentarios sobran, no porque destruyan el misterio, sino exactamente por lo contrario: porque son menos explícitos que la poesía.

            La prosa es balbuceo, no se “deja decir” lo que tiene que decir, no se atreve. La poesía no puede balbucir: haría inmediatamente del balbuceo un lenguaje de esplendor. En este sentido, a pesar de Sartre, la prosa es más silencio que la poesía —si llamamos silencio a lo contrario de nombrar, y no, como suele hacerse, a lo contrario de hablar.

            Words, words, words... [Septiembre 14 de 1959]

 

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Tomás Segovia: El tiempo en los brazos. Cuadernos de notas, Ediciones Sin Nombre/Fundación para las Letras Mexicanas, México, 2012-2015. Tomo I (1950-1983); prólogo de Christopher Domínguez Michael. Tomo II (1984-2005); prólogo de José María Espinasa. Tomo III (2005-2011); prólogo de Daniel González Dueñas.

 

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Tomás Segovia: el cuerpo pensante (3)

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r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Sobre poesía y poema (2)

Tomás Segovia

 

[Fragmentos extraídos de los cuadernos de notas de Tomás Segovia: El tiempo en los brazos, Ediciones Sin Nombre/Fundación para las Letras Mexicanas, México, 2012-2015; tres tomos. (DGD)]

 

 

La poesía es un arte solitario. Por eso es un arte maldito. No hay músicos malditos. Tampoco, aunque han tratado, pintores malditos.

            La poesía se escapa, no existe. La poesía es una ceremonia simbólica, una celebración de algo que nunca existirá más que en la forma de esta ceremonia. Si la poesía no se muerde la cola es sólo porque no tiene cola.

            Qué envidia, en serio, de los otros, sobre todo de los otros artistas, los que sí tienen algo entre las manos: tomar el espíritu sin recibir la maldición. El poeta tiene las manos vacías.

            Pero también, quizá, de ahí nace la superioridad de la poesía, que vale todas las otras superioridades y más: ella es la prueba indudable y puesta en acto de que el arte no es el arte.

            En la poesía el amor de lo real viene de mucho más lejos.

            Un tranquilo, rutinario, incluso mezquino burgués puede hacer música maravillosa, pintura maravillosa —y aun novelas maravillosas. Pero no poesía maravillosa. La poesía se hace con la sustancia de la vida personal y bien concreta, cotidianamente concreta, porque no puede apoyarse en otra cosa, porque es un arte solitario. La estética no le está permitida. Una sonata preciosa es preciosa. Un poema precioso es una mierda.

            Por eso hay tantos que a cierta edad parecen poetas: son anuncios de poetas, creen que después van a dar en su vida una base a todo eso. Pero después no pueden, les queda sólo el talento, pero no pueden mentir. La poesía es el arte que no puede mentir —quiero decir el arte que podría mentir y por eso tiene que no mentir. Las demás artes tienen que ser veraces, pero la poesía tiene que ser fiel. [Septiembre 17 de 1959]

 

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La poesía es una obstinación. Tal vez mejor: la práctica de la poesía es una obstinación. Todo se confabula para que no exista o sea una falacia. Eso demuestra precisamente hasta qué punto es real. [...]

            Ese es el movimiento de toda poesía. Transformar la vida, la vida falsa, en la verdadera vida que “está ausente”. Pero decir “la verdadera vida está ausente” es justamente hacerla presente; no inventarla, sino cambiarla. Tener una verdadera vida en otro sitio es la solución más insípida que pueda imaginarse. Lo que necesitamos con toda la fuerza de nuestra exigencia —y esa fuerza es la poesía— es hacer de esta vida la verdadera vida. [Septiembre 1 de 1960]

 

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[U]n poema no se revela nunca a sí mismo: se revela por relación a un centro demarcado por el conjunto y tanto mejor conocido cuanto mejor conozcamos el conjunto. Es un sistema abierto, que desemboca además en otro sistema abierto: en una Persona (en el sentido casi teológico de la palabra), que tampoco se revela directamente a sí misma, sino a través de su desenvolvimiento frente a todo lo que no es ella y a lo largo de un proceso temporal: el “tiempo que escribe por nuestra mano”. Los poemas son los actos del Poeta como los hechos de la historia personal son los actos de la Persona: con ellos el poeta y la persona se revelan, dibujan el contorno de su centro, inasible si no; son los trazos que vamos poniendo sobre la hoja en blanco, sobre la vida en blanco, para ver no nuestro rostro sino nuestro destino. La poesía así es destino, y esta es la única explicación de que no se escriba ni un poema solo (el Poema único —como soñaba —sólo soñaba— Mallarmé) ni un número teóricamente infinito de poemas, como podría soñar quizá un cibernético (si los cibernéticos soñaran).[1]

 

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Toda poesía, todo arte, persiguen un misterio. Pero hay una poesía que captura su misterio antes, que se hace con un misterio ya capturado, que se hace poniendo el misterio dentro del poema construido como una jaula —o como un palacio. Alto ejemplo de este tipo de poesía sería justamente Muerte sin fin. Y hay otra poesía que es ella misma carne de su misterio, que se va haciendo a medida que se va entregando el misterio, que nos entrega su misterio en lugar de que se lo entreguemos nosotros a ella. Si se quiere decir que [Xavier] Villaurrutia es intelectual porque es del primer tipo, se comete un grosero error. Su poesía es justamente de ésas que no contienen un misterio, sino que lo son; su poema no es la casa del misterio, sino su cuerpo febril; su revelación, justamente, no es la idea del poema sino todo su organismo regado en cada parte por la sangre de un misterio vivo y que respira.

            En la poesía del primer tipo la inspiración está plasmada antes de escribir y de una vez por todas; es decir que está hecha idea, alta idea a la que se llega por la escalera de las palabras poéticas. Pero la inspiración de Villaurrutia vuelve a suceder cada vez y está sucediendo a cada instante de la lectura, y no como un premio alcanzado al final (o en medio, o al principio, da igual), sino entregada con el poema mismo, a la manera en que el amor se entrega con un cuerpo, porque el poema no ha sido hecho para que el poeta nos diga algo por su intermedio, sino en primer lugar para decírselo al poeta mismo, como un acto de paciente y sorda violencia mediante el cual el poeta fuerza al misterio a hablar, a decir unas palabras que, antes de escribir, el mismo autor no conocía sino como presentimiento y oscura llamada.

            Esto es a mis ojos una poesía emotiva, una poesía temporal en un sentido más profundo del usual —quiero decir que alienta, que late, que sucede: una poesía que nos contrae el estómago y nos corta la respiración, aunque sea, como en el caso de Villaurrutia, de manera oscura y suave; una poesía, en fin, más impalpable sin duda que la otra, pero también sobrecogedora. Y lo demás, junto a esto, se reduce para mí a la comprobación de que Villaurrutia es inteligente y lúcido, esas dos cosas que todos los grandes poetas se empeñan en ser, aunque nadie se los perdona.[2]

 

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La relación ideal para seres como yo es encontrar una persona, no que entienda y aprecie lo que uno dice, sino para quien uno sea lo que dice —o diga lo que es. De ahí la poesía: en un poema logrado, ser y significar no se distinguen. Un poema es lo que dice, y no dice otra cosa que lo que es. La expresión alcanza al ser.

            (Pero eso son los poemas. Su autor, no es tan seguro. Por eso no se trata de hacer poemas, sino de ser poeta —para alguien.)[Mayo-julio de 1964]

 

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Hay que tener fe en la palabra y hablar no para decir las verdades, sino para permitirles que se expresen —si quieren y pueden.[Mayo-julio de 1964]

 

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Humildad de hablar: aceptar no decirlo todo. [Junio 11 de 1964]

 

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La poesía es lo contrario del espíritu turístico tanto como del espíritu rutinario. Síntesis superior del éxtasis y el hastío. Ver lo nuevo con ojos antiquísimos, lo Viejo con ojos nuevos. (¿Es ésa la definición del Mito?) Sentirse en su casa en todas partes, sentirse viajero en la propia casa. Familiar asombro, estupor de la fidelidad. [Abril 8 de 1965]

 

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Depositar la emoción en el lugar de la poesía es confiarla al lugar de lo compartible, lo que tal vez no será inmediatamente compartido, pero puede serlo diferidamente, y sobre todo: incluso si no es compartido es en sí mismo ser compartible. Digo “el lugar de la poesía” y no sólo “el poema”, porque se trata más bien de la emoción vivida en “estado poético” —y el poema mismo no funciona sino como revelador de ese estado. Sea como sea, de lo que estoy seguro es de que vivir la emoción en estado poético era no vivirla solo, era vivirla como ser-del-amor, es decir como un ser perteneciente al amor, que sigue siendo aborigen del amor incluso cuando está solo lejos de su tierra. Porque como decía, no hay emoción solitaria.

            Tal vez estoy hablando de un tipo de emoción: la que hace la vida deseable; tal vez hay otros tipos. Y tal vez no debería generalizar: tal vez es algo personal y hasta fechado. En todo caso, en mí, así y entonces, había esto: enviar mis pensamientos. [...] Por algo se encuentra tan a menudo en la poesía espontánea la idea del pensamiento que va, que vuela, que viaja, que corre hacia alguien —y en imperativo casi siempre: ¡Vuela, pensamiento, y dile...! Lo decisivo es que ese pensamiento es enviado, aunque no tenga como destinatario a una persona real y concreta; y con frecuencia la persona concreta mencionada es una convención, un puro nombre genérico de la destinación de ese pensamiento.

            Tal vez también por eso abundan tanto en la poesía las amadas imposibles: incluso si la persona es real, ese deseo unidireccional pone el acento en su direccionalidad más que en su recepción efectiva. No significa, por supuesto, que la destinación del poema es una ficción, como seguramente se apresuraría a concluir un teórico moderno; significa que todo poema apunta, incluso cuando su meta está suspendida. Y también, claro, que cuando apunta a una meta real y concreta a la vez apunta al lugar de esa meta, o sea a un destinatario abierto, por supuesto imaginario —pero los seres concretos pueden ocupar el lugar de las imágenes: llenar una imagen. [Octubre 21 de 1983]

 

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El poeta está infinitamente vivo, pero camina con naturalidad entre los muertos. No sólo habla con los muertos, habla por los muertos. Como nos lo enseña la historia de Orfeo. [Abril 12 de 1984]

 

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Nada es más público que la palabra poética. A la vez, nada, por lo menos en ciertas circunstancias, se presenta más difícilmente en público. Ahora: la actividad poética es individual, pero no en absoluto privada. [...] La poesía hace eso con frecuencia: abrir un silencio para oír, para volver a oír.  [Junio 19 de 1986]

 

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Esto no es sino el principio general de la poesía. El sentido de la realidad, de la vida, de la vida real y la realidad viva, se puede decir, pero no se puede hablar de él. Se puede decir hablando, pero hablando de otra cosa: de la realidad, de la vida, pero no del sentido de la realidad y de la vida. [Diciembre 23 de 1992]

 

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La poesía por lo menos no nos adoctrina nunca, nunca hace posible una militancia, y aunque es decididamente voz de la Verdad, no está ahí para entregarnos esa Verdad, sino para entregarnos a ella.[Noviembre 20 de 1996]

 

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La poesía es infecciosa, es la única manera incurable en que un alma infecta a otra de sus fiebres, sus procesos, sus metabolismos. [...] El hombre ha sabido siempre que en la voz del poeta lo que habla no es el yo, es la realidad, la verdad del mundo —o el dios, o la Musa, o el misterio. En el poema la voluntad calla. Tal vez la más arcana sabiduría ancestral del hombre pueda resumirse en la fórmula de que la verdad sólo habla donde la voluntad calla. [Diciembre 1 de 1997]

 

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[S]iempre que tengo que hablar —que escribir— de poesía, lo primero que siento es un furioso deseo de callarme, de no perturbar, de no manchar lo que la poesía dice. [Junio 3 de 1999]

 

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El sentido de la poesía no es artesanal, pero su trabajo sí. El poeta no es artesano de la poesía, pero es un artesano de la lengua. El trabajo del poeta, la práctica de la poesía no es una profesión, es un oficio. No es posible (salvo por metáfora) un colegio de poetas como un colegio de abogados. El estudio de la poesía es o puede ser una profesión, la poesía no: hay una licenciatura y un doctorado en letras; no hay una licenciatura en poesía.

            Por eso en la época moderna el único pensamiento que puede ser de veras libre, o sea de veras pensamiento, es el del poeta. La filosofía misma ha caído demasiado en el campo académico. En última-última instancia, a través de tantos eslabones como se quiera, el campo académico es parte del campo del poder. [Abril 31 de 2003]

 

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En cuanto hecho de palabras, la poesía no puede ser intemporal e idéntica a sí misma. Esa naturaleza de la poesía no es ajena a su función y a su contenido. La poesía canta, expresa y da a amar el mundo real. [Noviembre 22 de 2004]

 

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Pienso que F. es un caso ejemplar de un tipo frecuente de poetas: la poesía es su vida, toda su vida. Le falta el paso decisivo: que la vida sea su poesía. [Enero 15 de 2007]

 

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[L]a idea de sustituir a la poesía y al arte tradicionales, fundados en la oscura búsqueda del sentido, por un arte y poesía fundados en claras convenciones programáticas cuya cuenta nueva echa un borrón sobre el sentido (sobre el contenido) es de seguro igualmente estúpida, pero es la doctrina oficial del pensamiento hegemónico de nuestra época. [Mayo 14 de 2008]

 

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Días pasados sentí con más fuerza que nunca que hace ya años que he cumplido el sueño más querido de mi juventud: escribir (y mucho) enteramente fuera de la literatura. (Si me oyera Roland Barthes...) La poesía que escribo ahora la escribo en plena inocencia: a mano limpia, solo frente a la realidad, sin que se inmiscuya la menor gota de profesionalismo, ni de “intertextualidad”, ¡Dios me valga!, como tampoco trucos atesorados o especulaciones con valores seguros.

            Esto, naturalmente, es el privilegio de la extrema madurez. No sería posible si yo no hubiera vivido mucha poesía ajena, que no es lo mismo que estudiarla, incluso cuando uno hace las dos cosas a la vez. Pero a estas alturas todo lo que he asimilado de mis lecturas y espectáculos ya no está nunca incrustado en mi vida, sino disuelto en ella. Esto no es intertextualidad, sería en todo caso inter-experiencia, inter-sentido —pero el inter-sentido es el sentido mismo.

            Nada se compara a esta sensación dichosa que tengo ahora al escribir un poema: que entro en sintonía con la vida, y la voz, que en mí responde a esa sintonía, sale toda de mí, no la saco en ninguna medida de otro sitio, aunque ese otro sitio fuera mi acervo, mi conocimiento, mi riqueza apropiada. [Julio 9 de 2009]

 

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Escribir poesía es pues construir un mensaje hecho para escucharse o leerse entre íntimos, pero hecho a la vez para buscar a esos íntimos entre el vasto público. Más bien habría que decir a través del vasto público, porque el mensaje no sólo se dirige a la sociedad circundante, sino al Hombre con mayúscula, incluyendo a los hombres futuros.

            En todo caso el poema no puede buscar ese espacio común de lectores íntimos sino publicándose, y por eso todo poema está hecho para publicarse, aunque es claro que muchos, sin duda la mayoría, no se publican nunca.

            Ahora bien: el poema publicado cae inevitablemente en el espacio público. En su camino hacia el íntimo lector es atrapado por un lector profesional, por uno que no hace del poema una lectura íntima, sino una lectura pública. En busca del lector, el poema se topa con el crítico. Los lectores comulgan: intercambian más o menos al azar sus experiencias de lectores comunicándose dentro de un espacio que es de la vida en común, un espacio que está antes y después del espacio público. Esta actividad comunicativa no es la cultura, es la vida de la cultura. La cultura (en el sentido que doy aquí a ese término) es más bien lo que produce el crítico. [Diciembre 28 de 2009]

 

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[H]ay una experiencia de lo numinoso, o un aspecto de esa experiencia, que [es] esa emoción “extática” de armonía con lo real, de dicha suprema y de gratitud inagotable que vemos a veces en la poesía o en la mítica, esa entrega de nuestro ser a la totalidad que nos trasciende y justifica el cosmos. Si miramos así lo religioso, habría que decir que en Grecia lo religioso asomó más en los filósofos y poetas que en los sacerdotes y practicantes.

            Esa experiencia es también (en principio) inefable, pero no nos “derriba” como la de lo “tremens” según [Rudolph] Otto. Podríamos decirlo así: es inefable, pero no muda. Por eso acaba por no ser tan inefable, por ser escuchable en el lenguaje no del todo inhumano de los poetas y los místicos. [Abril 24 de 2011]

 

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Notas

[1] Tomás Segovia: “Recuentos de Sabines” (1962), en Trilla de asuntos. Ensayos II, Universidad Autónoma Metropolitana (col. de Cultura Universitaria 51), México, 1990.

[2] Tomás Segovia: “Villaurrutia desde aquí” (1961), en Ensayos I. Actitudes/Contracorrientes, Universidad Autónoma Metropolitana (col. de Cultura Universitaria 44), México, 1988.

 

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Tomás Segovia: El tiempo en los brazos. Cuadernos de notas, Ediciones Sin Nombre/Fundación para las Letras Mexicanas, México, 2012-2015. Tomo I (1950-1983); prólogo de Christopher Domínguez Michael. Tomo II (1984-2005); prólogo de José María Espinasa. Tomo III (2005-2011); prólogo de Daniel González Dueñas.

 

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Sobre poesía y poema (3)

Tomás Segovia

 

[Fragmentos extraídos de los cuadernos de notas de Tomás Segovia: El tiempo en los brazos, Ediciones Sin Nombre/Fundación para las Letras Mexicanas, México, 2012-2015; tres tomos. Los encabezados son míos. (DGD)]

 

 

Poesía y realismo

 

Realismos. La realidad es poética. No quiero decir que sea “poética”, sino que es poética. Puesto que el hombre está en el lenguaje, y no al revés —o más bien es en el lenguaje—, se sigue de ello que no es cierto que la realidad muda sea anterior a la realidad hablada. Cuando buscamos la realidad“anterior a las palabras” ha habido ya palabras —la expresión misma lo indica. La realidad “desnuda” fue primero realidad“fingida” por las palabras. Lo cual no quiere decir que no exista; quiere decir que es después. Tampoco quiere decir que se identifique con la Palabra, o sea su producto. Realidad es lo que la palabra quiere “fingir” cuando quiere “fingir la realidad”. Por consiguiente nunca podrá entregar sino su ficción, y eso está implícito en la esencia misma de la Palabra (por eso la Palabra esencial es el Arte). Pero a su vez la realidad no puede darse sino como desnudamiento, desvelamiento, desciframiento de su ficción por la Palabra. Es el más allá de las palabras —el silencio que las rodea. Pero ese silencio no es mudez. La realidad confina con la Palabra, pero nosotros habitamos la Palabra y sólo podemos llegar a su frontera transportándonos a través de la Palabra. La frontera en que tocamos lo real (en que confinamos con ello) no está en lo mudo sino en lo callado (lo que las palabras callan). En lo mudo, real e irreal no se distinguirían. Lo mudo no tiene acceso para nosotros, es inconcebible.

            La palabra transforma esa potencialidad en actualidad: lo mudo, que es puro posible, es para ella lo callado —lo realmente callado. Lo callado es esta paradoja: lo mudo concebible. La realidad de lo real no puede ser dicha —pero puede ser callada y eso la arranca a la mudez. La realidad no puede nunca decirse pero tampoco puede darse mudamente. No puede darse sino en el lenguaje: en lo tácito del lenguaje. Lo tácito del lenguaje, lo que “dice” lo “indecible”, es el objeto propio de la poesía. Quitarle lo tácito al lenguaje es quitarnos la realidad. Quitarle lo explícito es quitarnos el lenguaje y la realidad. Porque al querer hacerlo cosa y devolverlo a la pura facticidad prerreal y muda lo perdemos también como cosa, puesto que sólo no siendo cosa puede entregarnos las cosas —y perdemos las demás cosas en cuanto reales puesto que renunciamos a callarlas en el lenguaje, que sólo puede callar a condición de poder decir.

            Todo esto se revela en la observación de que el mudo no es sólo el que no puede hablar, sino también el que no puede callar. Por eso el hombre nunca es mudo del todo. El verdadero mudo es el animal. De ahí el profundísimo problema de la“niña Mowgli” de que hablaron los periódicos hace unos años. [Julio 29 de 1965]

 

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 Poesía y conciencia (Machado)

 

¿Existe una conciencia poética? ¿Es la poesía una conciencia? Las dos preguntas no son necesariamente la misma si entendemos “conciencia poética” como la conciencia que la poesía puede tener de sí misma, mientras que con la otra pregunta pensamos más bien en una conciencia de la realidad que tal vez no es consciente de sí misma. Detrás de eso hay otra pregunta que es un viejo problema filosófico: ¿es toda conciencia autoconciencia?

            Tratándose de poesía, todo esto tiene que referirse específicamente al lenguaje. Podríamos decir que la poesía es precisamente el lenguaje como conciencia. El lenguaje utilitario, aunque tiene como propósito actuar sobre la realidad, implica una imagen de esa realidad. Si el lenguaje puede actuar sobre la realidad es porque él es una representación de esa realidad. Pero ¿una representación es siempre una conciencia? Parece que las operaciones de una máquina cibernética son o pueden ser operaciones sobre representaciones de la realidad. Sin embargo no creo que podamos decir que la máquina tiene conciencia de la realidad. Parecería que no basta tener una representación de algo para tener conciencia de ese algo, sino que se necesita además que esa representación se sepa representación. Podríamos proponer ya esta fórmula simplista: todo lenguaje es metafórico, pero la poesía es el lenguaje que se sabe metafórico —que se acepta como metafórico.

            Para la comodidad de la exposición llamaremos “representación” a la función del lenguaje que representa la realidad sin asumir plenamente esa representatividad, o sea abordando la representación como instrumental, como medio cuyo fin es la acción o el conocimiento. Y llamando, por otra parte, “figuración” a la función del lenguaje que renuncia a proponerse acciones o conocimientos para asumir plenamente la función que hace del lenguaje una figuración de la realidad.

            ¿Podemos decir entonces que la conciencia, distinguida provisionalmente de la autoconciencia, es figuración?

 

¿Pero el concepto no es también una representación que se sabe representación? El concepto sin duda se propone representar algún aspecto de lo real. Pero me parece que no puede decirse que lo real esté figurado en el concepto, sino más bien objetivado en el sentido de que se parece más a una representación codificada, por lo menos en cuanto que la operación básica del concepto es delimitar. Eso es sin duda lo que quiere decir Machado cuando insiste tanto en que la objetividad no puede corresponder a la realidad. Pero tal vez concluye demasiado apresuradamente que entonces la realidad es subjetiva.

 

Machado no acaba de decidirse entre el ojo “que es ojo porque te mira, / no es ojo porque lo ves” y el Gran Ojo que al verse a sí mismo lo ve todo. Tal vez la discrepancia se disiparía si lo dijera al revés: que es al ver todo cuando el Gran Ojo se ve a sí mismo.

            El concepto en todo caso no es metafórico (o pretende no ser metafórico). Ese modo de representación de lo real no se distingue de la representación de los límites de lo real —quiero decir de las partes de lo real, no de la totalidad de lo real. El concepto es por eso de naturaleza estructural, aunque no exprese una estructura efectiva manifiesta: como la estructura, consiste enteramente en oposiciones y exclusiones, sólo que aspira a dividir y organizar lo real antes de construir el sistema para esa organización, al revés de la estructura propiamente dicha, que no se organiza según la organización intuitiva de la organización real, sino según las reglas de un sistema enunciable en ausencia de la realidad. Podríamos decir que el concepto es, muy paradójicamente, un estructuralismo fenomenológico.

            En todo caso, Machado adivina que la figuración de lo real es una función de ese lenguaje que se llama precisamente “figurado”. Que justamente no capta o con-capta lo real como pretende el concepto, sino que lo figura; que no aspira a que algo quede dicho, sino a que no quede, a que siga siempre diciéndose —o para decirlo burdamente, a la manera de los simbolistas franceses, no aspira a decir sino a sugerir. En la raíz de todo esto está el tiempo, como bien ve Machado. Pero no tanto, como insiste él exclusivamente, porque la realidad esté cambiando constantemente mientas que la “objetividad” se sale del tiempo, porque también una figuración de algo real (un poema por ejemplo), en cuanto signo fijado, escapa al tiempo: un poema es incluso más incambiable, más “inmortal”, más “eterno” que un concepto. No es la fijeza del concepto lo que lo hace inadecuado para figurar lo real, es su delimitación, es el hecho de que representa lo real capturándolo, encerrándolo como su contenido, mientras que la figura en cierto modo “provoca” lo que representa, con un “contenido” que está también en su interior en algún sentido, pero no capturado, encerrado, porque incluso como “contenido” de un “continente” sigue rebasándolo por todas partes. [Octubre 5, 8 y 9 de 2007]

 

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No que gracias a la poesía “embellezca” yo la vida (eso sí que sería cursilería), sino en todo caso lo contrario: que gracias a la belleza de la vida puedo —o tengo que— hacer poesía —pero más exactamente ni siquiera eso, sino que la poesía y la maravilla de estar vivo son lo mismo.

            Por eso también me siento tan lejos de los escritores de poemas: para mí escribir poesía no es hacer nada. Querer ser profesional de la poesía es como querer ser profesional de la respiración o del crecimiento del pelo.[Marzo 24 de 2010]

 

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Desiderátum

 

La lectura masiva de poesía esta temporada me ha dejado la impresión, probablemente sesgada, de que se ha generalizado en la poesía una estética moderna con su correspondiente retórica que pone al alcance de casi todos la posibilidad de hacer poemas aceptables. Es quizá algo paralelo a lo que ha sucedido con la música pop: ayer vi un anuncio que ofrecía, para descargarlas en algún artefacto de bolsillo, cinco millones de canciones. Esto tiene que ver sin duda con el desarrollo de la información masiva. Da la impresión de que todos los preparatorianos de hoy saben hacer poemas de estilo vanguardista presentables, como todas las señoritas educadas de la Inglaterra de la Ilustración sabían hacer primorosas acuarelas.

            Y me pregunto una vez más si no será esa clase de producción la que merece llamarse arte, mientras que eso que yo cosecho en raros encuentros para guardarlo como mi tesoro es otra cosa. Recuerdo que hace muchos años escribí algo así como “El arte es la delimitación de un lugar donde sucede otra cosa”. O sea que esa otra cosa y el arte no son lo mismo. A la vez esa otra cosa sólo se da en el arte, en el terreno delimitado por el arte. Lo cual manifiesta que el arte cumple la esencia de todo lo que significa: un hecho que trae otra cosa que no es ese hecho mismo.

            Pero mi frase era en realidad un desiderátum. Definía lo que el arte debería ser o lo que podría llegar a ser. Más exactamente: lo que una obra de arte real y concreta debería o podría ser. Pero claro que puede haber un arte donde no sucede otra cosa. También puede haber un acto sexual donde no suceda otra cosa que el amor. Pero no por eso el acto sexual deja de ser delicioso o merece prohibirse. [Diciembre 30 de 2009]

 

Esa retórica vanguardista de la que hablaba ayer es difícil de describir porque no es un oficio. Tal vez es también por eso por lo que sus practicantes no suelen darse cuenta de que es una retórica. La retórica antigua era un oficio de efectos muy visibles, y podría por eso enunciar reglas claras y explícitas. Rebelarse contra esas reglas tenía que acabar por ser inevitable.

            Tal vez sea más adecuado entonces hablar de una estética que de una retórica vanguardista. Por ejemplo: en un poema vanguardista es imposible corregir nada puesto que no hay reglas. Es imposible también aprender o enseñar nada. La idea de enseñar Retórica y Poética sería hoy enteramente absurda (en realidad lo es desde el romanticismo). Y sin embargo es en esta época, y dentro de esa estética, cuando proliferan los talleres poéticos. ¿Qué se puede enseñar en un taller poético “moderno”? Esa “enseñanza” no puede ser de ninguna manera sino el capricho estético del “enseñante”.

            Y sin embargo hay allí una estética, por difícil que sea de describir, e incluso tal vez esbozos de una retórica. La estética caprichosa de esos enseñantes esconde en realidad una estética del capricho. Podríamos hablar de una estética —o casi una retórica— de la abstención. El barroquismo inverso de un horror al lleno. Construir frases evitando cuidadosamente todo uso figurativo. Frases que no se puedan aplicar a ningún aspecto de la experiencia interior o exterior. El juego es tanto más elegante cuanto esas frases más parodian o sugieren frases interpretables, como si amagaran con entregar un sentido pero nos lo escamotearan delante de nuestras narices. Ese estilo, por lo demás, es común a la poesía, la pintura y la música vanguardistas.

            De lo que se trata en definitiva es de no comprometerse con lo real. Es un arte blindado: no se le pueden pedir cuentas; o impune: no se le pueden hacer reproches. Seguramente hay detrás de esa estética una actitud psicológica defensiva: si una obra es ella misma la única pauta para juzgarla, es imposible condenarla. A quien está haciendo gorgoritos es ridículo reprocharle que no esté diciendo nada. La retórica de la abstención permite al artista no ponerse a prueba, no correr el riesgo de no dar la talla.

            Ahora: un arte así no puede dirigirse sino al gusto. Una frase inaplicable no tiene más sustento que su propia sintaxis. El lector de poesía vanguardista es un degustador de sabores gramaticales, con todo lo que el gusto implica de individualismo irreductible y arbitrariedad incomunicable. Sobre gustos no hay nada escrito significa que el gusto no tiene sentido, es autofundado y autorreferido, no tiene más justificación que ser como es y por lo tanto no responde a nada ni de nada. Los poemas vanguardistas son pues más o menos bonitos y nada más, y eso, naturalmente, según el gusto de cada uno. (¿No es paradójico que sobre esos objetos de buen gusto haya tantos miles de páginas escritas?) Que es a lo que yo me refería desde el principio cuando dije que todos los preparatorianos parecen hoy capaces de hacer poemas bonitos. [Diciembre 31 de 2009]

 

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Tomás Segovia: El tiempo en los brazos. Cuadernos de notas, Ediciones Sin Nombre/Fundación para las Letras Mexicanas, México, 2012-2015. Tomo I (1950-1983); prólogo de Christopher Domínguez Michael. Tomo II (1984-2005); prólogo de José María Espinasa. Tomo III (2005-2011); prólogo de Daniel González Dueñas.

 

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Sobre poesía y poema (4)

Tomás Segovia

 

[Fragmentos extraídos de los cuadernos de notas de Tomás Segovia: El tiempo en los brazos, Ediciones Sin Nombre/Fundación para las Letras Mexicanas, México, 2012-2015; tres tomos. Los encabezados son míos. (DGD)]

 

 

La retórica moderna

 

He seguido dándole vueltas (vagamente) a la retórica moderna. Es curioso que la retórica antigua desarrollara tanto, a veces monstruosamente, su manía clasificatoria y sistematizadora, mientras que nuestra época, tan engolosinada con las estructuras y los sistemas y tan adicta a las nomenclaturas abstrusas e iniciáticas, no haya intentado ninguna descripción de esa retórica tan extendida y acatada. Sin duda esa descripción no es fácil, porque en lugar de reglas claras hay sobre todo consensos tácitos, maneras de hacer con ese aire de familia que decía Wittgenstein, y para colmo esas normas tácitas son mayormente negativas, quiero decir que apuntan mucho más a lo que no hay que hacer que a lo que hay que hacer.

            Un joven poeta de hoy no sabe muy bien cómo hacer un poema, pero sabe bastante bien lo que no debe hacer (me refiero a un poeta más o menos bien informado, por supuesto). En la forma, para empezar, no sabe si debe usar versículos, versitos de tres o cuatro sílabas, prosa poética, frases dispersas en la página o un poco de todo eso; pero sabe muy bien que no debe usar rimas, formas estróficas, versos métricos, y preferiblemente tampoco puntuación ni mayúsculas. En cuanto al contenido, el sentido del humor está muy difundido y es muy apreciado, y más en general la ingeniosidad de cualquier tipo, pero fuera de eso no se sabe si debe insinuarse un tema general (lo menos preciso posible) o por el contrario definir claramente un tema lo más nimio posible sobre el que derrochar ingenio (que es otra manera de desvalorizar el tema). Aparte de eso, es recomendable usar un lenguaje expresivo, cuidándose especialmente del peligro de una adjetivación obvia, y encadenar los segmentos evitando que tomen un aspecto descriptivo o parezcan guiados por la lógica. La regla más general e inflexible es evitar incansablemente que el conjunto o las partes se presten a una o varias interpretaciones reconocibles, enunciables y resumibles.

            Cuando el romanticismo empezó a liberarse de la retórica antigua, no fue para atentar contra la naturaleza del lenguaje ordinario, sino al revés. Se trataba de un retorno a las raíces de ese lenguaje que la retórica había adulterado demasiado. Es la famosa frase de que se hacen más metáforas en la plaza del mercado que en los poemas famosos. El debate no es entre la razón y “el corazón”, o entre la racionalidad y la irracionalidad del lenguaje: es sobre el sentido. La cuestión del sentido viene antes. Puede suponerse que un lenguaje podría tener sentido y no ser racional, pero no que un lenguaje racional no tenga sentido. Lenguaje con sentido quiere decir interpretable (distinguido de descifrable o descodificable).

 

 

El estilo vanguardista (“moderno” no es necesariamente “vanguardista”) consiste esencialmente en romperla interpretación. En un estilo hiperretórico el sentido está fuertemente codificado, aunque con un código enunciable, a diferencia de la lengua “normal” o prosaica, donde el código es implícito y sólo puede mostrarse reconstruido por la teoría. Este estilo tiende a reducirel sentido a un código determinado, a identificar el sentido con el desciframiento. Contra este peligro es contra el que se levanta la rebelión romántica. Los románticos quieren devolver el sentido al campo de la interpretación. No es casualidad que sea la filosofía romántica, de Schelling a Nietzsche, la que abre el ámbito de la hermenéutica.

            Interpretar es aplicar en todos los sentidos de la palabra: es buscar a qué hechos, o a qué razonamientos, o a qué otros sentidos, o a qué conocimientos, y en general en qué terreno, es aplicable un enunciado (o un “pseudoenunciado”, o sea cualquier comunicación interpretable).

            La retórica antigua no impedía aplicar sus enunciados a hechos, cosas o ideas (dicho así para resumir), pero esa aplicación era la misma que la del lenguaje “normal” y prosaico. Lo específico de un lenguaje artístico era la técnica del ciframiento-desciframiento mediante códigos cultos (enunciables).

            (Como de costumbre, hay que aclarar por si acaso que estos párrafos no describen la verdadera naturaleza de la poesía clásica, sino la doctrina oficial que la acompañaba e intentaba gobernarla.)

            El proyecto romántico es restaurar el sentido en su raíz más esencial, la del lenguaje ordinario: el habla hipermetafórica de la plaza del mercado. A los románticos no les basta con rescatar el sentido prosaico de la poesía clásica arrancándolo a las redes del ciframiento-desciframiento. Quieren que lo específico de un lenguaje artístico sea todo lo contrario de la petrificación de la retórica: la libre cacería del sentido con las redes de la sana vitalidad del lenguaje de la calle. (Una vez más esto no es una descripción literal de la poesía romántica. Ningún romántico escribe realmente como habla un verdulero, pero todos han aprendido de Vico que el valor de su lenguaje es el que comparten con el verdulero.)

            Este proyecto parece desarrollarse saludablemente hasta la etapa simbolista.

 


Lo característico del lenguaje poético es cada vez más claramente proponer un sentido no cifrado y no codificado. La poesía pone en práctica la naturaleza más esencial del lenguaje porque se ofrece, como todo lenguaje “ordinario”, a la interpretación de un sentido que es libre pero orientado. Todo sentido está en contexto hasta el punto de que puede definirse la operación de dar-o-descubrir sentido como la operación de poner en contexto.

            El horizonte de todos los contextos es el conjunto accesible de todo el sentido ya existente o ya listo para existir. Ese ámbito del sentido accesible es real, y como todo lo real no está determinado pero no es indeterminado (o al revés: está determinado pero es indeterminado; otro día intentaré explicar esta paradoja.) Quiere decirse que la interpretación del sentido es libre pero no indiferente. No es un terreno donde todo se vale, sino justamente donde todo vale: donde todo es mejor o peor. Porque el conjunto general del sentido (que podría también llamarse “el mundo humano”) está evidentemente ordenado, o también podría decirse que exige ser ordenado: no puede pensarse sin establecer jerarquías, configuraciones, zonas, orientaciones. Y toda interpretación se abre en ese terreno y por lo tanto nace ya orientada. Ninguna interpretación es pues necesaria y única, toda interpretación es más o menos preferible.

            De esto es de lo que la retórica vanguardista intenta escapar. No digo que suprime la interpretación, sino que la rompe. La pulveriza, la atomiza, le impide situarse en el conjunto del sentido acumulado (la tradición, el “mundo humano”), la desorienta, la vuelve indecidible e indiferente, y así la vacía, la vuelve un juego irresponsable.

            Con todo esto intento encontrar el sentido (justamente) de la práctica del sinsentido (y esto no es en absoluto una paradoja); el sentido de esas experiencias cotidianas que tenemos ante el arte y la poesía “vanguardistas”: no poder encontrar un contexto preferible o satisfactorio, una interpretación preferible de sus enunciados o imágenes, una zona del sentido donde situarlos y orientarlos. Lo cual no es una falla o deficiencia de la interpretación, sino un efecto cuidadosamente buscado por el autor.

 

Como estaba diciendo, lo que importa en esta “retórica negativa” es lo que hay que evitar. Hay que evitar sobre todo ser profundo, grave, bien intencionado, ¡moralista!, afable, congruente, dejar traslucir principios o hábitos “normales”, hacer poemas memorizables, hacer frases que se puedan definir, explicar o parafrasear... etc.

 

Resumiendo pues:

            La retórica antigua propone un lenguaje artístico que sobrepone, por encima de un lenguaje interpretable “prosaicamente”, una significación cifrada en cuyo desciframiento consiste la experiencia estética de la lectura.

            La retórica romántico-simbolista propone una interpretación libre pero orientada —como la “prosaica”—, cuya especificidad artística consiste en atenerse a la función comunicativa más esencial del lenguaje, la del lenguaje espontáneamente metafórico y expresivo que comunica un sentido anterior o más vasto que el sentido utilitariamente racionalizado y controlado de todos los días.

            La retórica vanguardista propone una ruptura de la interpretación, abriéndola a una libertad sin orientación ni responsabilidad que hace indecidible toda interpretación.

 

Podríamos pensar también en la proyección de estas posturas en el plano de la praxis. La retórica clásica parece corresponder a un sistema exclusivista donde la gran mayoría de los individuos no tiene acceso a las claves del ciframiento como no tiene acceso al poder; pero esas claves se superponen a un sentido común que es de la misma naturaleza que el que esa mayoría maneja habitualmente, o sea a una vasta tradición común. La retórica romántica parece corresponder a un sistema “democrático” (seguramente utópico) donde el sentido es accesible a todos sobre la base de su propia responsabilidad y la interpretación es consiguientemente libre pero orientada (orientada en última instancia por el sentido del destino universal del hombre). La retórica vanguardista parece corresponder a un sistema donde la libertad no orientada se confunde con la irresponsabilidad, y la interpretación (como todo lo demás) sólo es decidible sobre la base del poder —poder de un tipo o de otro: a veces propiamente político, pero sobre todo el del prestigio, el de los medios de influencia, el del acceso a la información, y por supuesto el del dinero entre otros tipos.

            A su vez, estos sistemas incluyen sendas ideologías con sus reglas de conducta. La regla de conducta del clásico podría ser preservar la jerarquía tradicional, o sea una desigualdad cerrada; la del romántico, la utopía de una igualdad universal abierta; la del vanguardista, una desigualdad abierta: la jerarquía basada en la sobrevivencia del más fuerte.

            (Cuanto más lo pienso, más me asombra que haya quien crea que la vanguardia es progresista, igualitaria, incluso “revolucionaria” y sobre todo... ¡antisistema!, o sea contraria a este sistema —que propone justamente lo mismo que ella: que ser libre no es romper las trabas que impiden construir el sentido, sino romper el sentido. Y que por eso protege y fomenta el arte de vanguardia de manera enteramente sesgada y chantajista: el “pueblo” no aceptaría sin protesta ese sesgo si el poder no lo chantajeara.) [Febrero 1, 3, 10, 15 y 17 de 2010]

 

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La globalización

 

El hecho de que el arte y la poesía estén fuera de lugar no creo que signifique que están en un no-lugar en el sentido en que la globalización es un no-lugar. La poesía está fuera de lugar porque da fe de que el origen está perdido y es nostalgia del origen, pero en la globalización el origen no está perdido, sino borrado, oprimido y culpabilizado. La globalización no es ni lugar ni nostalgia del lugar ni mirada exterior que da sentido al lugar.

            Empecemos por decir pacatamente que global no es universal. Por muchas vicisitudes y tensiones dialécticas que atraviese la idea de la función del arte, sigue siendo verdad todo el tiempo que esa función sólo puede ser hacer habitable el mundo natural, o en lenguaje heideggeriano, hacer de la naturaleza un mundo. La globalización no sólo sería incapaz de tener esa función sino que la hace imposible. No se puede olvidar que la globalización no es un fenómeno cultural sino tecnológico, obra de la más nefasta de las técnicas: la finanza improductiva y especulativa. Sería enteramente milagroso que esa técnica, que es el más puro ejemplo de operaciones sin contenido, pudiera dar un contenido al significado errante de una civilización que ha perdido el sentido del arte como antes perdió el sentido de lo divino.

            [Hay una] actitud muy generalizada y obviamente razonable que consiste en decir que no se puede condenar globalmente la época. A mí me parece perfectamente comprensible el temor a ese juicio perentorio que se corresponde con la actitud del que exclama “¡A mí que no me digan!”, o sea decidir cerrar los ojos. Temor que nos inhibe de dar el salto a combatir abiertamente la globalización, o el neoliberalismo, o las finanzas especulativas, o el arte “de vanguardia”. Salto sin duda peligroso en más de un sentido. No sólo porque es —y muy provocativamente— políticamente incorrecto, sino porque está fuertemente expuesto a las simplificaciones y los dogmatismos. Pero me parece moralmente necesario correr ese riesgo, porque no se puede condenar globalmente una época, pero sí su enajenación —se puede y se debe, en nombre de la época misma. Y un rasgo insuprimible de toda enajenación social es el proclamarse como la verdad de esa sociedad. [Abril 30 de 2010]

 

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Tomás Segovia: El tiempo en los brazos. Cuadernos de notas, Ediciones Sin Nombre/Fundación para las Letras Mexicanas, México, 2012-2015. Tomo I (1950-1983); prólogo de Christopher Domínguez Michael. Tomo II (1984-2005); prólogo de José María Espinasa. Tomo III (2005-2011); prólogo de Daniel González Dueñas.

 

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Sobre poesía y angelicidad

Tomás Segovia

 

[Fragmentos extraídos de los cuadernos de notas de Tomás Segovia: El tiempo en los brazos, Ediciones Sin Nombre/Fundación para las Letras Mexicanas, México, 2012-2015; tres tomos. Los encabezados son míos. (DGD)]

 

 

El otro día, en la parada del autobús, estuve viendo volar a una paloma que llegaba hasta la esquina y volvía, volando muy bajo, a posarse en la misma repisa de donde había salido. Nunca llegaba más lejos. [...] Observé el aterrizaje, precioso, con las alas muy echadas hacia atrás, en forma de V. Todo el cuerpo robusto y lustroso parecía colgar de las alas; así deben volar los ángeles. [Junio 22 de 1955]

 

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[N]o es verdad que el demonio sea el ángel de la rebeldía, sino al revés. Por lo menos hay una rebeldía antidemoniaca, y hay una claudicación demoniaca: la de los prestigios, la de lo mundanal. Mundano es el que pierde la noción del mundo (del verdadero). [Marzo 16 de 1957]

 

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Hay una manera de vivir, de debatirse, que es como doblemente moral. Debatirse, no ya en la moral, sino entre la moral y lo que está “más allá del bien y del mal”.

            Dicho de otra manera: lo que sería el problema moral de un elegido. Un ángel solicitado por deberes, un ángel enredado. Parece claro, pero ¿es doblemente ángel o bien deja de ser ángel?

            Renunciar —pero cuando es a un deber a lo que se renuncia, esta renuncia invertida ¿no acaba por ser lo contrario de un heroísmo? Por otra parte, ¿es siempre mejor lo más difícil? Ya sé que casi siempre; pero ¿siempre? [Junio 18 de 1957]

 

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Estoy portándome como un ángel intachable. Seguramente seré castigado.

            Pero claro que quiero seguir adelante, porque no estoy portándome así por el premio o el castigo, sino por el libre deseo.

            Es justo ser castigado cuando es uno un ángel. Es ilógico, es doloroso, es desalentador, pero es justo.

            Después de todo, ser ángel es ser eso: pararrayos del Mal. Recibir la descarga y absorberla, neutralizarla, liberar de ella a los demás.

            Todo ángel es expiatorio. Y en cierto sentido es más difícil soltar la descarga que recibirla: es más difícil liberarse de una herida infligida que de una herida recibida.

            Pero también sé lo difícil que es, por lo menos para la mayoría, aprender eso: esforzarse en actuar como un ángel, y si caen así sobre uno las más mortales heridas, nunca alegar eso, nunca pretender que por haber sido angelical merecía uno otra cosa. Un ángel nunca es víctima. Es expiatorio, pero no víctima expiatoria. O quizá mejor: es una víctima liberada de su condición de víctima.

            Porque de lo que se trata es de esto: que si no viene el castigo, si se nos da finalmente la dicha, eso no sea un premio, mucho menos una victoria, sino un milagro. El ángel hace milagros —no cualquier milagro, sino específicamente esa clase de milagros— e intentar ser ángel es intentar hacer esa clase de milagros. Hablar de ángeles es hablar de la Gracia.

            Como diría Simone Weil, la desgracia es lo contrario de la gracia, pero la gracia no es lo contrario de nada. Portarse como un ángel es intentar escapar del dilema gracia-desgracia.

            Tomar una posición tal que el resultado no pueda ser más que Gracia o nada. En cierto sentido, entonces, cualquier resultado es necesariamente una gracia —en la medida en que hay resultado ese resultado es gracia.

            Pero claro que en otro sentido sigue habiendo el dilema: o gracia o desgracia. La cosa es no confundir los niveles. Incluso en el momento en que estoy sufriendo, saber que “allá” mi desgracia no es desgracia, mi herida no es herida. “Allá”, entre otras cosas, puede ser concretamente la otra persona. O sea: existe un lugar donde esto que aquí es mi herida allí es gesto vital de otra persona, y ese lugar tiene tanto sentido como éste. [...] Pero no hablo en el aire, esto son cosas que ya me han sucedido. Más de una vez (¿más de dos?) por ser un ángel acepté vivir un infierno.

            Y claro que con esto no estoy presumiendo. En cierto sentido ser un ángel no es ser nada. Son cosas que pasan. Tuve que ser un ángel, sin mérito, sin propósito, sin vocación incluso. El único mérito, si lo hubo, fue entender lo que estaba pasando, no intentar tergiversarlo todo para obligar al destino —para chantajear al destino. O sea: aprender de la experiencia en lugar de volverme cada vez más obtuso, lo cual quiere decir muy exactamente: cada vez más lleno de razones. [Abril 4 de 1984]

 

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No es verdad, aunque lo parezca, que para dejar de circular entre palacios de princesas y hoteles Ritz haya que dejar de ser Rilke. Más bien al revés: hoy no sería tan difícil —ni tan culpable— llevar una vida errante y atenta, circular por Venecia, Toledo, Ronda, París o Bohemia buscando la belleza, la revelación, la significación, con toda la soledad necesaria y toda la comunicación necesaria y sin ser por ello rentista de familia o latifundista opresor.

            Quiero decir que no debería ser tan difícil. Pero lo es. Porque no es que las condiciones actuales lo hagan imposible, sino que mientras tanto hemos perdido las ganas. Ha pasado de moda la santidad. La tecnificación de la vida tiene su paralelo en la profesionalización del espíritu. Un Rilke hoy daría cursos en universidades norteamericanas, sería entrevistado por el Spiegel, aparecería en la televisión, firmaría artículos sobre los presupuestos gubernamentales para la cultura o sobre los programas de enseñanza media, sería jurado en festivales de cine y a lo mejor hasta participaría en los cursos de verano del Escorial. Y en medio de todos esos viajes, de todos esos encuentros con personas interesantes, de todas esas experiencias nuevas, no vería nunca al animal avanzar por lo eterno “como una fuente”, no escucharía al coro de los ángeles terribles, no vería a Toledo puesta directamente sobre la tierra salvaje “sin nada intermedio”. No porque esas cosas no puedan verse en esos viajes, sino porque viajar así es viajar con otro espíritu y no tener ya ojos para ellas.

            Me pregunto incluso si la moral que nos falta podría encontrarse sin esa santidad. Si la santidad no viene siempre antes de la moral, por lo menos negativamente. Quiero decir esto: la santidad no es necesariamente moral, es posible incluso que pueda ser inmoral. Pero su ausencia hace imposible toda moral.

            Pero debo recordar que no estoy hablando de la santidad en sí misma, en primer grado, sino de ese otro segundo grado que consiste en el respeto y la obediencia a la santidad. Esa es la santidad del “hombre de espíritu” —y del artista, por lo menos en su humildad. Ese hombre no quiere encarnar la santidad, sino mostrarla, señalarla, venerarla y darla a venerar. Ser su heraldo. No de veras el profeta —es su soberbia la que lo ha empujado modernamente hacia la profética y tan lejos de la poética—, sino su bautista y su evangelista. Su prototipo no es el Mesías, sino los dos Juanes: Bautista y Evangelista. Justamente tenemos demasiados pequeños mesías, mesías enanos tendríamos que decir, y demasiado pocos grandes bautistas. La grandeza que nos es más ajena es la grandeza de la humildad.

            Basta comparar por ejemplo al mesías enano Breton con el humilde santo bautista Rilke. Rilke jamás hubiera sido jefe de grupo, cabeza de una iglesia, autor de un programa. En este siglo nuestro el apóstol se vuelve papa, la buena nueva dogma, el deslumbramiento escuela.

            Pero en un sentido esa santidad segunda que venera la santidad primera, la santidad de la vida, la santidad que está ahí, la santidad que no soy yo —es la única santidad verdadera. Señala lo otro, lo Santo mismo, y se retira sin tomar su lugar. Porque lo otro no es sino ese lugar a la vez lleno y vacío, absolutamente presente y absolutamente inabordable, y toda santidad que no se retire ante lo Santo es usurpación. Toda palabra santa está ahí para mostrar la santidad del decir pero no en su lugar. La santidad del decir es perfectamente audible pero no formulable.

            El ejemplo de Rilke nos muestra también la esencial discreción de la santidad. La discreción de Rilke no es propia de él, no es una manera de tratamiento que él añade, sino algo que la santidad exige, aunque claro que si él no tuviera tanta discreción la santidad ni siquiera se mostraría a él. La santidad de la vida no es oculta, todo lo contrario: es la patencia misma. Pero la patencia pura es siempre secreta. Es incluso pública pero es ese secreto público que está siempre en la fuente de toda sociedad. Lo que hace, podríamos decir un poco a lo Hölderlin, de una sociedad un pueblo. De ella no se puede hablar en público, sólo se puede hablar discretamente, entre amigos, nunca entre paisanos. Los paisanos que hablen de eso hablarán siempre como amigos, no como paisanos, y siempre será más claro entre amigos extranjeros. Entre paisanos está siempre presente, incluso terriblemente presente, pero rigurosamente muda.

            No sólo Rilke mismo, sino también sus atentos y respetuosísimos corresponsales tenían todas las facilidades del mundo para distraerse, para dispersarse, para olvidar. Y sin embargo no se dejaban distraer, no olvidaban. Eso es lo que es inimaginable hoy. Un Renault 12, un televisor y un departamento por semanas en la playa embotan y absorben a un hombre de hoy mucho más que un Rolls Royce, un palco en la Ópera y un palacio en Venecia a un hombre de 1912. Como se ve, lo que tiene la clase media del “primer mundo” actual no es lo contrario de lo que tenían los privilegiados de antes de la Iª Guerra, es su sustituto, su ersatz. Hasta el valor de la vida es hoy un ersatz.

 

 

            Puede decirse generalizando que el antiguo desequilibrio entre hombres ricos y hombres pobres ha quedado sustituido por un desequilibrio entre países ricos y países pobres. Pero es claro que la santidad ha desaparecido de unos y otros. La santidad encarnada, que hace su presa de un individuo y se manifiesta directamente en él, es más bien “primitiva”. Los países pobres siguen siendo pobres, pero ya no son primitivos. Simplificando una vez más, podría decirse que la era de los santos termina cuando empieza la era de las religiones. Los únicos santos convincentes son los profetas y fundadores de religiones y otros iluminados de su entorno. Los demás santos, los de las religiones ya establecidas, son todos excepciones y todos dudosos. Hoy en día hasta la Iglesia los pone en duda. Por otra parte, ya no puede hablarse de verdaderas religiones, sino de fanatismos: la religión se vuelve integrismo, totalitarismo y terrorismo.

            Pero de cualquier manera, el santo es claramente del orden del pobre. Cuando la santidad hace presa de un rico es para convertirlo inmediatamente en pobre. Por eso la santidad encarnada no es posible en un país sin pobres, pero tampoco en un mundo que no es ya de hombres ricos y hombres pobres, sino de países ricos y pobres. Porque los países pobres de hoy son lo que hipócritamente llamamos “en vías de desarrollo”, o sea que viven su pobreza como una posición en una escala continua y netamente orientada, como la situación de una sociedad que todavía no es rica. Mientras que el pobre primitivo no se veía en absoluto a sí mismo como alguien que todavía no es rico, como alguien que está en vías de ser rico, sino justamente que está en vías de ser santo. Y el rico por su parte, si estaba en vías de santidad es que estaba en vías de pobreza.

            Hubo sin embargo ese raro momento inestable en los países que eran ya ricos pero tenían todavía hombres ricos y hombres pobres, un momento en que fue posible una santidad bautista y evangelista, una santidad johánica o juanística, la santidad del “hombre de espíritu”, lo que podríamos llamar también el reino del espíritu santo. Sin duda era necesario (o inevitable, o hicimos inevitable) hacer desaparecer el desequilibrio de ricos y pobres. Por supuesto, ninguno de los programas que se propusieron esa meta pensó ni por un momento en intentar alcanzarla sin estrangular por ello el reino del espíritu santo. Todos ellos eran “materialistas”, es decir ignoraban por completo la materia, tanto el sentido de lo material como la materialidad del sentido. El que triunfó finalmente (o sea por ahora) era seguramente el más materialista de todos. [Septiembre 1 de 1994]

 

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La existencia misma del lenguaje abre la cuestión de la verdad y la mentira. El enunciado más rudimentario: “Llueve”, o “Un pájaro” o “¡Mira!” hace que el interlocutor dirija la mirada en una dirección u otra. Esa mirada está buscando la verificación del enunciado. Yo no puedo decir la más inocua palabra sin remitir a la verdad. Esta verdad primaria no es por supuesto la verdad demostrable, sino la vedad creíble. Si yo digo “He visto un ángel” o “Eres la mujer más maravillosa que he conocido”, pretendo decir la verdad tanto como si digo “Cuatro y dos son seis”. [Agosto 31 de 2004]

 

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El poema que [Manuel] Altolaguirre colocó, supongo que muy deliberadamente, a la cabeza de los Nuevos poemas de Las islas invitadas empieza así: “Dicen que soy un ángel”. [...] [L]a frase tiene varios sentidos, varias implicaciones, algunas de las cuales se aplican lo mismo al individuo privado que al escritor. Una de esas implicaciones que asoma bastante claramente en muchos contextos es que un ángel está en las nubes, es un ser que no se entera bien de las cosas serias, o por lo menos de las cosas prácticas, y que por eso no puede esperarse de él que responda como responden los verdaderos seres humanos plenos y adultos. Porque esta idea a su vez implica más o menos estrechamente o más o menos dudosamente algunas otras, como la de inmadurez, infantilismo, ingenuidad, irresponsabilidad y hasta un poco inmoralidad o más bien amoralismo. [...]

            Todas las revoluciones eran tentativas de restaurar el paraíso perdido subvirtiendo el orden profano de la historia. Eran la nostalgia de esa comunidad edénica a la que apunta la idea de cooperativa. Porque un paraíso perdido está irrecuperablemente perdido para la historia, pero es siempre recuperable en algún otro terreno, la poesía o no la poesía. El Edén como estado de felicidad cumplida y sin sombras es históricamente irrecuperable, pero todos lo recuperamos individualmente cada vez que hacemos el amor. [...]

            “Yo”, dice Rimbaud, “yo que me dije mago o ángel, dispensado de toda moral...” También de Rimbaud “todo el mundo” decía que era un ángel. Un ángel perverso, sin duda. Pero él decía que era un mago, y “todo el mundo” ha acabado por creerle. Muy frívolamente, sin duda, porque la frase citada no termina ahí; tiene una dramática conclusión: “...aquí estoy devuelto al suelo, con un deber que buscar y la rugosa realidad que abrazar”. [...]

            También el poeta intenta restaurar subversivamente un lenguaje prelógico, preadulto, preutilitario, prematuro. La diferencia (fundamental) es que el mundo que el poeta intenta restaurar no es cierto mundo del trabajo, sino un mundo sin trabajo. El poeta no usa en absoluto su lenguaje con aplicación, sino por inspiración. Es un lenguaje subversivo pero nada polémico. Justamente lo más subversivo que tiene es esa ausencia de polémica: el poeta no quiere vencer ni convencer, sino seducir, lo cual es un escándalo en el mundo adulto y viril de los lenguajes respetables y polémicos. [...]

            [T]ambién “todo el mundo” dice de Altolaguirre que es un poeta desigual. (Menos la crítica académica, ya lo sabíamos.) En realidad la obra de un poeta es constitutivamente desigual, puesto que su lenguaje es inspirado. No es que el poeta no trabaje con su lenguaje como “todo el mundo” o más que todo el mundo. Es que para el poeta, debajo del nivel del lenguaje trabajado de “todo el mundo”, hay otro nivel donde ese lenguaje tiene su sentido propio, su sentido poético, que no es el mismo que el que tiene en el nivel del lenguaje de “todo el mundo”, y en ese nivel y ese sentido el trabajo no cuenta, sólo cuenta la gracia.[1]

 

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[A]sí es la verdadera santidad. Los santos no son los profetas, eso es otra cosa. El santo es en cierto modo el opuesto complementario del profeta. Por eso los santos del arte no son los artistas: se sienten demasiado profetas. El santo no profetiza, cumple la profecía. El santo es el lector. Para leer de verdad un poema hay que reunir dos cualidades casi imposibles de alcanzar juntas. Por un lado hay que haberse preparado mediante una difícil ascesis y duros ejercicios espirituales para estar a la altura, porque entender un poema no es saber muchas cosas ni pensar muchas cosas, sino ponerse a su altura. Pero por otro lado hay que hacer algo mucho más difícil aún: hay que leer el poema estando a la altura y a la vez sin estar meditando hacer otro comparable, o mejor, o que se le oponga; ni tampoco cómo sacarle el jugo, utilizarlo para alguna brillante exposición, para demostrar alguna teoría, para ejemplificar alguna doctrina. Leer así, con tanta altura y a la vez tanta renuncia, es estar en estado de gracia. Así es como un santo lee el mundo, y las religiones saben bien que la primera barrera que el santo ha vencido es la sordera para las voces que están ahí esperando ser escuchadas por quien tenga oídos y oiga; pero la segunda que ha vencido es la barrera de meterse demasiado en sí mismo y acabar no oyendo nada a fuerza de escucharse escuchar.[2]

 

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Si es verdad que todo o casi todo —incluso las ideas— puede transfigurarse en poesía, también es verdad en cambio que hay cosas, que hay ideas que no podrían ser más que poesía. Hay pensamientos poéticos, pensamientos que no intentan tanto definir algo como expresarlo, pensamientos que no dan forma a un contenido, sino que son justamente forma y contenido a un tiempo e indisolublemente, pensamientos melodiosos que si dejaran de serlo no habrían perdido un atributo, sino que se habrían perdido a sí mismos.[3]

 

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[E]n todo lo que he dicho y pueda decir [de Villaurrutia] hay un sobrentendido: que ustedes conocen la poesía de Villaurrutia, y que la han vivido; que han experimentado su angustia, su miedo, su insomnio; que han mirado a esa poesía en los ojos, y que a través de esos ojos han visto el latido más secreto del hombre, milagrosamente visible y comunicable gracias a la poesía, porque la poesía es la mirada.[4]

 

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Notas

[1] Tomás Segovia: “Los pliegues de la túnica” (sobre Manuel Altolaguirre), en Digo yo. Ensayos y notas, FCE, México, 2011.

[2] Tomás Segovia: Los oídos del ángel (novela), UNAM / Ediciones Sin Nombre, México, 2013.

[3] Tomás Segovia: “La experiencia de Xavier Villaurrutia”, Conferencia, Revista Mexicana de Literatura, 1960. Inc. en Actitudes, Universidad de Guanajuato, Guanajuato, 1970; Ensayos completos, Tomo I: Actitudes y Contracorrientes, Ediciones Sin Nombre, México, 2018.

[4]Idem.

 

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Tomás Segovia: El tiempo en los brazos. Cuadernos de notas, Ediciones Sin Nombre/Fundación para las Letras Mexicanas, México, 2012-2015. Tomo I (1950-1983); prólogo de Christopher Domínguez Michael. Tomo II (1984-2005); prólogo de José María Espinasa. Tomo III (2005-2011); prólogo de Daniel González Dueñas.

 

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Marco Antonio Montes de Oca: la sangre amartillada

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Marco Antonio Montes de Oca: la sangre amartillada

D.G.D.

 

La copiosa obra poética de Marco Antonio Montes de Oca (Ciudad de México, 3 de agosto de 1932-Ciudad de México, 7 de febrero de 2009) fue en su momento definida por la crítica como un torrente de imágenes. En el prólogo a la antología de este poeta llamada Comparecencias(Poesía 1968-1980), Ramón Xirau lo calificaba como “el más imaginativo de nuestros nuevos poetas”, y precisaba de esta manera: “aun cuando Montes de Oca se refiera al mundo, aun cuando su tema sea el amor, la mujer o la sociedad, el tema se convierte en imagen. Es decir, no en un resultado de la percepción sino en un olvido deseado de la percepción. El mundo sensible de Montes de Oca es el mundo sensible de sus imágenes, y las imágenes, en pureza, son de orden subjetivo, mental. No es tanto que el mundo se vuelva conciencia. Es conciencia; y es conciencia espejeante, conciencia imaginativa”.[1]

   No obstante, la idea de un “torrente de imágenes” contenía mayoritariamente —a tal grado que llegó a convertirse en un lugar común— una cierta descalificación, en el sentido de “la imagen sustituye al contenido”. De ahí el acierto de Xirau cuando habla de una conciencia imaginativa. Para Montes de Oca la escritura es una artificialidad suprema que se acumula sobre sí misma y multiplica sus reflejos para dar por fin con algo que en verdad pueda llamarse legítimo: “si la pluma pierde al pájaro, / alivia su nostalgia montada en la cola de la flecha” (Contrapunto de la fe, 1955). En la poesía icónica de Montes de Oca esa pluma es cola de la flecha y a la vez punta de escritura montada en la mano que escribe: stylo, es decir, estilo: “Costumbre de quitarse la sombra antes que el sombrero” (Comparecencias). El poema no es la punta de la flecha que va hacia un predeterminado blanco fijo, sino un vuelo al que la pluma sostiene, respalda y estabiliza. No se trata de la imagen por la imagen misma, ni del vuelo por el puro gusto de volar, sino de una escritura que busca la imagen que la guía desde siempre.

   El poeta contempla al mundo y le retira una determinada imagen, pero esta imagen ya era nostalgia antes de ser retirada: nostalgia que el poeta comparte oscuramente y a la que obedece no por malabarismo sino por autoindagación: “Después de nacer / cada hombre combate por otros nacimientos” (Ruina de la infame Babilonia, 1953). Y esto porque “el corazón merece ser inmortal / y lo que muere / tiene poco tiempo para volverse eterno” (Contrapunto de la fe).

   Las imágenes forman la memoria del mundo humano, y si el poeta las retira (“un olvido deseado de la percepción”: Xirau) es para devolvérselas ensambladas de un modo más legítimo: “Memorias de cuando yo no tenía recuerdos / Y escarbando el pasado con una pala de agua / Me hundía como un cofre / En lagos de reliquias por nadie rescatadas” (Comparecencias). Es —como escribe Ulalume González de León— “el descubrimiento de que el poeta habla del tiempo anterior a la memoria con mayor fluidez (y eficacia) que cuando habla del presente. [...] La proliferación de metáforas no es gratuita; una secreta correspondencia la justifica y articula. Simultáneamente a un viaje de ida, a una inmersión en el todo y una percepción asombrada de cuanto nos rodea, se produce ese brote incontenible de imágenes por el cual lo percibido se vuelve digerible, i.e., subjetivo, y en viaje de regreso puede entonces alimentar al espíritu. [...] La suma de esas metáforas, de esos poemas, es además la primera parte de una metáfora cuyo segundo término es el hombre”.[2]

   La poesía como vocación insoslayable y torrencial equivale a un cerrar los ojos para ver mejor, para soñar con mayor intensidad, para sentir la vida como ella se siente a sí misma: “Yo sé, siempre lo he sabido, / respirar y latir no es lo mismo que sentirse vivo. / Quizá por eso uno cierra los ojos / casi seguro de volverlos a abrir en otra parte” (“Callejón con salida al sueño”). El desborde verbal, la salva de palabras tiende a un sentido unitario: “en la cumbre cegadora mi alma clama / por un puñado de milagros que la sangre entienda” (“Callejón con salida al sueño”).

   Xirau trata de esclarecer la forma de búsqueda del poeta: “Montes de Oca, a diferencia de Mallarmé, no quiere abolir el azar. Quiere, más bien, transformarlo. Ciertamente, el poeta en su taller azaroso, construye un objeto pero el objeto que resulta es otro que el objeto pensado. Sin embargo, el azar que aquí surge y aparece, sorprendido, no es desorden ni es falta de concierto. Porque, negación del azar, lo que el poeta busca es el ‘milagro’. [...] [L]o milagroso es lo contrario de lo azaroso; es un orden del mundo y de la conciencia que permanece oculto”. La imagen es el primer paso de un milagro cuya conformación caleidoscópica implica el verdadero recuerdo.

 


 


 


 


 

 


 

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Notas

[1]Ramón Xirau: prólogo a Comparecencias(Poesía 1968-1980) de Marco Antonio Montes de Oca,Seix Barral, Biblioteca Breve, Barcelona/Caracas/México, 1980.

[2] Ulalume González de León: prólogo a Marco Antonio Montes de Oca, Material de lectura, Serie Poesía Moderna 42, UNAM, México, 1979.

 

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Bibliografía de Marco Antonio Montes de Oca: Ruina de la infame Babilonia (1953); Contrapunto de la fe (1955); Pliego de testimonios (1956); Delante de la luz cantan los pájaros (1959); Cantos al sol que no se alcanza (1961); Fundación del entusiasmo (1963); La parcela en el Edén (1964); Vendimia del juglar (1965); Pedir el fuego (1968); Se llama como quieras (1974); Lugares donde el espacio cicatriza (1974); Las constelaciones secretas (1976); En honor a las palabras (1979); Migraciones y vísperas (1983); Cuenta nueva y otros poemas (1983); Tablero de orientaciones (1984); Vaivén (1986); Altanoche (1986); Vocación tras la ventana (1998).

 

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Pedro Salinas: “las almas que tengo fuera”

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Pedro Salinas: “las almas que tengo fuera”

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Pedro Salinas (Madrid,1891-Boston, 1951)dedica sus Poesías completas (1956) a Jorge Guillén (Valladolid, 1893-Málaga, 1984), y el propio Guillén firma el prólogo a la segunda edición de esa antología mayor (Barral, 1975); ahí afirma que “Los sesenta años de Salinas se resolvieron en una línea recta. Treinta años de preparación. Treinta años de producción”. Probablemente esa preparación venga de mucho antes y se manifieste no en términos de tiempo lineal sino de correspondencias, analogías, secretos equilibrios (“El futuro / se llama ayer. Ayer / oculto, secretísimo, / que se nos olvidó / y hay que reconquistar / con la sangre y el alma, / detrás de aquellos otros / ayeres conocidos” [La voz a ti debida]). No es gratuito, por ejemplo, que en 1922 apareciera la legendaria traducción que Salinas realizó de En busca del tiempo perdido y asimismo su primer libro de poesía, Presagios. Una correspondencia más se da cuando otro hermano espiritual, Julio Cortázar, prepara una cuidadosa reunión de poemas salinianos (Poesía, Alianza Editorial, 1971). Desde las páginas de Rayuela—esa otra búsqueda del tiempo perdido—, Horacio Oliveira comparte esta intuición de Pedro Salinas: “Rendirse / a la gran certidumbre, oscuramente, / de que otro ser, fuera de mí, muy lejos, / me está viviendo” [La voz a ti debida].

   La poesía de Pedro Salinas parece hecha del mismo modo, nunca en términos lineales o progresivos; ante la obra de ciertos poetas torrenciales la crítica se ve necesitada de hablar de “etapas”, pero igualmente cierto es que las intuiciones del primer libro de Salinas deparan el último, si puede hablarse de un “último” poemario (“lo que tengo empezado / se cumple en el no acabar, / su sinfín tiene perfecto, / no se ve, ya de tan claro” [“Quietud”]). No puede olvidarse que la noción “tiempo perdido” era usada por Proust —y esto lo comprendió muy bien Salinas— en un sentido muy diferente del que usa la modernidad sucesivista: se trata menos de un tiempo desperdiciado, extraviado o malgastado, que de una magnitud situada más allá de toda frontera y que se manifiesta a través de presagios (golpes de intuición): “¡Ay!, cuántas cosas perdidas / que no se perdieron nunca. / Todas las guardabas tú” [La voz a ti debida].

   El territorio del amor sirve a este poeta para circundar esas intuiciones: “Nunca fuiste primera ni yo último. / (¿En qué final o para qué comienzo?) / Nunca el primero yo ni tú la última. / (¿En qué final o para qué comienzo?)” [Presagios, 18]. Se trata más bien de un “paralelismo de espejos, / que ahora no hay lejos ni cerca, / alto o bajo, mucho o poco, / en el universo” [Presagios, 30]. Es una experiencia mística (“Señor, lo que yo no puse / ¿por qué me es fuerza quitarlo?” [Presagios, 22]) que se revela en una plenitud muy difícil —casi imposible— de evadir; de ahí la hermandad con Guillén: “¡Tan visible está el secreto! / ¡Tan alegre, / colgando al aire!” [Seguro azar].

   La mirada de Salinas obliga a mirar de ese modo: “agua / quieta esperando que pasen / por arriba alas o nubes, / las almas que tengo fuera” [“Quietud”].Una mirada que ajusta la relación del hombre con el universo: “Nada promete el mundo: / lo da, lo tengo ya” [“Aquí”]. El ajuste avanza a través de una forma inédita de la aceptación:“Sí, sí a todo, a todo sí, / a la nada sí, por nada” [“Respuesta a la luz”]. Una mirada simultánea.

 


 


 


 


 


 

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Hugo Mujica: el decir del tiempo

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Hugo Mujica: el decir del tiempo

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En 1999 Ernesto Sabato resumía la biografía de este poeta: “Hugo Mujica nació en Buenos Aires en 1942. Su niñez se vio oscurecida por el trágico accidente que costó la vista a su padre; este hecho llevó a la familia a difíciles situaciones económicas, lo que, si por un lado significó desprotección, por otro ejerció en él una temprana libertad: ya en su adolescencia las situaciones de riesgo le fueron comunes. Trabajando de día y estudiando de noche, termina el bachillerato y comienza sus estudios en bellas artes. A los 19 años se va a Estados Unidos sin saber inglés y sin un peso, para abrirse a otras posibilidades. La búsqueda del sentido de la vida le era entonces ya imprescindible. Ahí hará de todo; con el tiempo llegará a trabajar de fotógrafo y podrá seguir sus estudios en bellas artes, y pintar. Eran los años sesenta en Nueva York; como para tantos de nosotros, el existencialismo francés lo había deslumbrado. Perteneció a aquella juventud que encontró en Cuba una alternativa a una sociedad injusta, competitiva y de consumo, que vivió con horror Vietnam y que probó todo en busca de una manera de vivir que pudiera cambiar el materialismo que lo asfixiaba. Frecuentó grupos anarquistas y hippies y se inició en el LSD. En medio de una grave depresión abandonó la pintura y por largos meses no hizo más que ver encenderse y apagarse las luces de la ciudad desde una ventana. Finalmente lo único que salva al hombre es el espíritu: Hugo fue rescatado por el grupo Hare Krishna y se interesó en el Zen. Poco después entró en un monasterio de la orden trapense, en donde fue monje con voto de silencio durante siete años; hoy es sacerdote. Hugo Mujica es un gran poeta escritor o yo no tengo intuición de lo que es la literatura. El tiempo lo dirá a todos”.[1]

   A ese lugar común según el cual el tiempo dice—o termina por decir, o arroja con su lejanía una claridad sobre lo que era confuso por inmediato— habría que agregar —lo que no es tan obvio como parece— que el tiempo habla por traducción al lenguaje humano, y que esa traducción no está siempre guiada por la imparcialidad: en general son la historia, la crítica, el “espíritu de los tiempos”, incluso la moda, los que lo hacen decir; el poder se basa en interpretar el pasado para condicionar el presente y asegurar un futuro hecho a su propia conveniencia. En su poesía, Mujica fusiona al tiempo con una de sus mayores interrogantes, el vacío Zen: “Alguna vez, / cuando llegue a estar vacío, / cerraré la puerta y arrojaré / la llave; // sí, / habría que arrojarse afuera / como una ofrenda sin retorno, / como un regalo que nadie acoja”. Porque la ofrenda, menos que el intento de hacer decir, consiste en un ansia de escuchar: “toda poesía es barro, / barro de sed partido. / Plegaria”. El tiempo parece decir muchas cosas en la voz colectiva pero sólo cuando habla en boca de un poeta expresa algo que puede reconocerse como profundo.

   Y es que Mujica ha llegado no una sino varias veces al sacerdocio: no sólo cuando estudió teología y antropología filosófica en un seminario y se ordenó sacerdote (por un periodo atendió una parroquia en Buenos Aires; luego dejó esa ocupación y se dedicó por entero a la escritura), sino cuando a través de los años —llevado por un ímpetu denodado, por una sed espiritual insobornable— alcanzó distintas formas de la investidura ritual por medio de la contracultura, del anarquismo, de la militancia política, del existencialismo, del misticismohinduista, del Zen, de la filosofía (en la Free University of New York), de la pintura (en la School of Visual Arts de la misma ciudad), de la tradición hesicasta (en el Monte Athos en Grecia)... Cada una de estas vivencias significó un retiro, todas ellas contenidas en aquel periodo de aislamiento solitario que pasó en un campo de la provincia de Buenos Aires; ahí escribió su biografía y luego la destruyó, puesto que lo que necesitaba era contarse a sí mismo lo vivido hasta entonces, “ponerme al día y hacer con tantas experiencias una narración, un saberme a medida que me iba diciendo”.[2]

   La biografía en prosa es un irse diciendo, mientras que la verdadera biografía yace en el poema, en donde todo está dicho (“Todo cabe en las manos vacías / y ese vacío es el don, / y ese don es también todo”). A fin de cuentas, se trata de distintas formas de un único sacerdocio laico: “Agitar las alas todavía no es volar, / aún no es afuera. // Cuando el alma cabe por dentro / es que aún no es el alma, / es que aún no es de carne”. La afinación del alma comienza y termina en el cuerpo.

 

 


 


 


 


 


 


 

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Obra poética de Hugo Mujica: Brasa blanca (1983); Sonata de violoncelo y lilas (1984); Responsoriales (1986); Escrito en un reflejo (1987); Paraíso vacío (1992); Para albergar una ausencia (1995); Noche abierta (1999); Sed adentro (2001); Casi en silencio (2004); Y siempre después el viento (2011); Cuando todo calla (2013, Premio Casa de América de Poesía Americana); Barro desnudo (2016); A las estrellas lo inmenso (2019).

 

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Notas

[1] Ernesto Sabato: Cuentos que me apasionaron, Seix Barral, Buenos Aires, 2011.

[2] Hugo Mujica: Lluvias. Antología poética 1983-2019, Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2020.

 

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Omar Khayyam: “El mundo es cuerpo”

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OmarKhayyam: “El mundo es cuerpo”

D.G.D.

 

Matemático, astrónomo y poeta persa, Ghiyath al-Din Abul-Fath Omar ibn Ibrahim Jayyam Nishapurí nació en Nishapur, entonces capital selyúcida de Jorasán —actual Irán— hacia 1048 y falleció en la misma ciudad hacia 1131. La occidentalización de su nombre tiene tantas variables como las nacionalidades y gustos de sus estudiosos; de forma mayoritaria suele encontrarse escrito de acuerdo con la transcripción inglesa, Omar Khayyam (porque en inglés no existe el sonido de la “j” española que sí existe en persa). De manera minoritaria aparece la versión árabe, Omar al-Jayyam u Omar ibn al-Jayyam. A mitad de camino existen innumerables aliteraciones: Kayam, Kayyam, Khayam, Khayyán, Jayam, Jayyam...(Borges prefiere “Omar Jaiyám”.)La traducción literal de su apellido es “fabricante de tiendas (de campaña)”, relacionado esto con la palabra española de origen árabe jaima, que es la profesión de la que se supone habría una tradición en su familia.

   Rubaiyat es el plural de ruba’i, que significa “cuarteta”. Las cuartetas (rubaiyyat) de Omar Khayyam no se conocieron en Occidente sino hasta que a mediados del siglo XIXlas tradujo al inglés Edward FitzGerald (1809-1883), experiencia memorable recuperada por Borges en un texto de Otras inquisiciones: “Un milagro acontece: de la fortuita conjunción de un astrónomo persa que condescendió a la poesía, y de un inglés excéntrico que recorre, tal vez sin entenderlos del todo, libros orientales e hispánicos, surge un extraordinario poeta, que no se parece a los dos”.[1]

   El escritor iraní Sadeq Hedayat (1903-1951), estudioso de las Rubaiyat, habla de Omar desde dos vertientes: como filósofo materialista, pesimista y escéptico, y como un poeta para quien la naturaleza es indiferente y el cielo está vacío y no atiende a los gritos de nadie. Según Chesterton, hay en Khayyam a la vez “una melodía que se escapa y una inscripción que dura”. Por su parte, T.S. Eliotanotó: “La lectura de las cuartetas fue como una conversión repentina; el mundo se veía de otra forma, pintado con colores brillantes, deliciosos y dolorosos”. Borges destaca: “Vivió en alegre y estudiosa quietud. Su actividad fue igualmente ilustre en la observancia de los siete cielos del mundo —no regía entonces el espacio estelar que hoy nos raya el pecho de infinitud— y en la dicción de las soltadizas imágenes que privilegian la lírica del Islam”.[2]

   La abundancia de aliteraciones en el nombre de este poeta no se debe únicamente a la distancia temporal y lingüística: en un cierto sentido, simboliza un acto mágico. El fervor que genera la lectura y el tono mismo de las Rubaiyatgeneran un margen de incertidumbre que es en realidad una resonancia: en gran parte las cuartetas han sido reconstruidas a partir de copias distintas, y es posible que en alguna recopilación, o incluso en todas ellas, haya versos no debidos a Khayyam. Y es que la intemporal nobleza de las Cuartetas persas invita a un diálogo directo que a veces toma la forma de la paráfrasis (bien lo intuyó FitzGerald), como un ritmo musical que dan ganas de tararear más allá de sus límites aparentes.

 


 

 


 


 


 


 

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Notas

[1] Jorge Luis Borges: “El enigma de Edward FitzGerald”, en Otras inquisiciones, Sur, Buenos Aires, 1952.

[2] Jorge Luis Borges: “Omar Jaiyám y FitzGerald”, en Inquisiciones, Proa, Buenos Aires, 1925.

 

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Tarkovski: la imagen absoluta (1)

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DGD: Postales, 2023.

 

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Tarkovski: aforismos

 

 

[He aquí una pequeña selección de aforismos de Andrei Tarkovski extraídos de Esculpir en el tiempo (Sapeischatljonnoje wremja), publicado por el cineasta en 1984; trad.: Enrique Banús Irusta. (DGD)]

 

 

El Stalker dice en un monólogo que defiende a la debilidad como el único valor verdadero y como la esperanza para la vida. Siempre me han gustado las personas incapaces de adaptarse a la realidad pragmática.

*

La verdadera individualidad sólo se alcanza por medio del sacrificio.

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Sencillamente, no puedo creer que un artista esté en condiciones de crear sólo por motivos de “autorrealización”. La autorrealización sin la mutua comprensión carece de sentido. La autorrealización en nombre de una unión espiritual con los demás es algo atormentador, que no aporta ningún provecho y que en definitiva exige grandes sacrificios de uno mismo. Pero ¿es que no compensa escuchar el propio eco? Pero quizá la intuición aproxime el arte y la ciencia, estas dos formas de apropiación de la realidad a primera vista tan contradictorias.

*

El pensamiento es efímero, y la imagen, absoluta.

 


 

 

El poeta nada tiene de lo que pudiera estar orgulloso. No es dueño de la situación, sino su vasallo, su servidor; la creatividad es para él la única forma de vida posible, y cada una de sus obras supone un acto al que no se puede negar libremente.

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Cuando el hombre se topa con una obra maestra, comienza a escuchar dentro de sí la voz que inspiró al artista.

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Goethe tiene toda la razón cuando dice que es tan difícil leer un buen libro como escribirlo.

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El cine no tiene lenguaje. Es algo inmediato, que él mismo nos pone ante los ojos.

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Es precisamente entonces, cuando el individuo cae en dependencia directa de su destino social y cuando la estandarización del individuo se convierte en un peligro altamente real, que surge el cine.

 


 

Las verdades tradicionales sólo siguen siendo verdades si se ven confirmadas por la propia experiencia.

*

¿Qué significan, por ejemplo, Leonardo da Vinci y Johann Sebastian Bach en un sentido funcional? Absolutamente nada, excepto lo que cada uno de estos artistas, tan independientes, significa por separado. Es como si viéramos el mundo por primera vez, libres de cualquier experiencia previa. Su mirada independiente es como la mirada de extraterrestres que acabaran de llegar a la Tierra.

*

La película es más de lo que en realidad parece ser (siempre que se trate de una película en el verdadero sentido de la palabra). Del mismo modo, las ideas que expresa constituyen algo más que lo que el autor de la película ha incluido conscientemente en ella.

*

En el arte, el nivel técnico como tal no significa nada. Si esto no fuera así, habría que decir que el cine no tiene nada que ver con el arte, y que sólo estamos hablando de problemas comerciales, de efectos, que nada tienen que ver con la esencia del tema, con el misterio del efecto cinematográfico. Y si esto fuera así, hoy no nos afectarían ni Chaplin ni Dreyer ni La tierra, de Dovzhenko. Pero todo esto sigue ejerciendo hoy el mismo efecto, la misma fuerza, que el día de su estreno.

 


 

El cine es una realidad emocional y, como tal, el espectador la percibe como una segunda realidad.

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En ninguna de mis películas se simboliza algo. Lazona [de Stalker] es sencillamente la zona. Es la vida que el hombre debe atravesar y en la que o sucumbe o aguanta. Y que resista depende sólo de la conciencia que tenga en su propio valor, de su capacidad de distinguir lo sustancial de lo accidental.

*

Debo decir que la acción externa, las intrigas y la conexión entre los acontecimientos no me interesan para nada, y que en cada película me van interesando menos. Lo que realmente me preocupa es el mundo interior de las personas.

 


 

Lo que me interesa es el hombre, en quien se encierra todo el universo.

*

Nos ahogamos en informaciones, pero los mensajes más importantes, los que podrían transformar a nuestras vidas, ésos ya no nos alcanzan.

*

Una persona verdaderamente libre no puede ser libre en un sentido egoísta. La libertad del individuo tampoco puede ser el resultado de un esfuerzo social. Nuestro futuro depende de nosotros mismos y de nadie más. Y nos hemos acostumbrado a compensar todo con el esfuerzo y el sufrimiento ajenos, ignorando el sencillo hecho de que en este mundo todo está relacionado y que no existe la casualidad, aunque sólo sea porque tenemos una voluntad libre y el derecho a decidir entre el bien y el mal.

*

En el artista se expresa el instinto interior de la humanidad.

 

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Filmografía de Andrei Arsenievich Tarkovski (Zavrazhie, Ivánovo, abril 4 de 1932-París, diciembre 29 de 1986): | Cortometrajes escolares: Asesinos (Ubiytsy), 1958; Concentrado (Kontsentrat), 1958; Hoy no se licenciará (Segodnya uvolneniya ne budet), 1959; La aplanadora y el violín (Katok i skripka), 1960. | Largometrajes: La infancia de Iván (Ivanovo detstvo), 1962. Andrei Rubliov, 1966. Solaris (Solyaris), 1972. El espejo (Zerkalo), 1975. Stalker, 1979. Nostalgia, 1983. Sacrificio (Offret), 1986. Pueden incluirse la filmación de su puesta en escena de la ópera Boris Godunov de Musorgski (Claudio Abbado, 1982) y el diario filmado Tiempo de viaje (Tempo di viaggio / Voyage in Time, en colaboración con Tonino Guerra), 1983.

 

Andrei Tarkovski: Esculpir en el tiempo. Reflexiones sobre el arte, la estética y la poética del cine, Rialp, Madrid, 1991; trad.: Enrique Banús Irusta. | Esculpir el tiempo, UNAM, Escuela Nacional de Artes Cinematográficas, 6ª ed., 2022.

 

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Tarkovski: la imagen absoluta (2)

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DGD: Postales, 2024.

 

 

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Una postal de Serguei Paradzhanov a Andrei Tarkovski

 

[En la entrada de Martirologio correspondiente al 25 de diciembre de 1974, Andrei Tarkovski comenta que ha recibido una postal navideña de su gran amigo, el cineasta armenio-ucraniano Serguei Paradzhanov. El destinatario de la postal aparece como “Andréi Protocletos”, y en esta última palabra se concentra una semilla de retrato para estos dos nombres capitales en la historia del cine.

   Andrés el Apóstol (siglo I), también conocido como san Andrés, es conocido en la Iglesia ortodoxa como Protocletos, del griego Prōtoklētos, “el primer llamado”, es decir el primer apóstol convocado por Cristo. Era el hermano mayor del apóstol Pedro y, según el Evangelio de Juan, Andrés, que era discípulo de Juan el Bautista, gracias a este último encontró al Mesías (“ahí está el Cordero de Dios”); luego de que Cristo nombró discípulo a Andrés, éste llevó a Pedro al grupo de los evangelistas.

   En su postal, Serguei Paradzhanov hace un juego con el nombre propio del cineasta, Andrei, en español Andrés, que proviene del griego andreia y significa “valeroso” (o “varonil”), pero ante todo se refiere a la palabra Martirologio, elegida por Tarkovski a la vez como título de sus diarios y como uno de los primeros nombres que consideró para la película que terminaría llamándose El espejo. Con esa palabra, Tarkovski evocaba la experiencia de los primeros cristianos, que se negaron a ofrecer sacrificios a los dioses del imperio romano y al propio emperador, por lo que muchos de ellos fueron condenados a la pena máxima en los procesos impuestos por los romanos.

   En el encabezado de su postal, Paradzhanov se refiere directamente al martirologio de San Andrés, aludiendo a la vida y obra de Tarkovski. Paradzhanov sabía muy bien de lo que estaba hablando, puesto que él mismo no fue en absoluto ajeno a los martirologios, entre tantos otros artistas rusos, desde el propio Dostoievski hasta Varlam Shalámov, poeta y escritor que pasó más de veinte años en campos de trabajo. Como es sabido, Paradzhanov sufrió prisión por cargos espurios entre 1973 y 1977, y más tarde en 1982. Fue en 1973, en el momento del primer arresto a Paradzhanov, que Tarkovski escribió una carta al Partido Comunista de Ucrania: “No sabemos de qué se acusa a Paradzhánov, pero nos sentimos responsables por su suerte, por la suerte de un gran artista. Hemos visto cómo durante toda una década se relegaba al olvido a Dziga Vertov, hemos visto con qué dificultad el Partido, al cambiar la directiva artística, ha rehabilitado el trabajo de Serguei Eisenstein. Existen muchas películas, pero muy pocas que resistan el paso del tiempo. Nos sentimos responsables por el mundo del cine. Creemos que la justicia soviética salvaguardará a uno de los más grandes directores”. Tarkovski concluye que si de algo es culpable el cineasta ucraniano es de su singularidad, mientras que “nosotros somos culpables de no pensar en él a diario y así alcanzar tal vez a comprender el significado de un maestro”.

   De Tarkovski bien podría decirse lo mismo. El hecho de que la Unión Soviética lo consideró un enemigo político en los años ochenta es revisado por el hijo del cineasta en 2020: “Fue una catástrofe para él. Se consideraba un director ruso y soviético. Había hecho cinco películas durante veinte años en Rusia (desde La infancia de Iván en 1962 hasta Stalker en 1979), y salir del país para trabajar afuera lo dejó exhausto física y espiritualmente. Lo hizo porque nunca habría aceptado que lo censuraran. Cuando se estrenó su película Nostalgia en Cannes en 1983 declaró que siempre se había sentido un artista ruso y que su público estaba allá, pero al mismo tiempo reconoció que si volvía a su país probablemente no tendría trabajo. Fue por eso que decidió establecerse en Italia después de rodar Nostalgia”.[1]

   No sabemos qué imagen acompañaba a aquella postal navideña de Paradzhanov, pero sí que éste era un brillante creador de collages y podemos suponer uno de ellos en esa postal. Aquí el juego radica en hacer paráfrasis de sus collages: postales dentro de postales. A continuación el texto de la postal de Paradzhanov según lo cita Tarkovski en sus diarios. (DGD)]

 

 

Andréi Protocletos:

 

La película de Bagrat me gustó mucho.[2] Los armenios se quedaron indiferentes. Sólo se preocupan por el futbol. Me bastan dos fotogramas de El espejo para que entienda el resto de la película. ¿Es en color? Vi Solaris en blanco y negro. ¡No quiero color!

            ¡Lamento no habernos encontrado en Tiflis en la reunión de la tristeza de Tamez! Me habitúo al concepto “aislamiento” como un astronauta al espacio. La verdad de mi situación y mi entorno es la patología carcelaria. ¡Es un régimen severo! No he visto El sauquillo rojo,[3] creo que será un arabesco hecho a partir de la obra literaria. El mundo en el que yo jugaba —un mundo de hadas, poetas, contadores de cuentos y zares de la Rus de Kiev—[4] es ridículo al lado de un joven condenado por décima vez y con el 90 por ciento del cuerpo tatuado, al lado del argot y la patología.

            Qué hago: al principio construía, después remendaba sacos y ¡ahora soy una lavandera! Me cantan a mis espaldas: “Un ladrón nunca será una lavandera...”. Me aconsejan que escriba una carta pidiendo gracia. ¿Para qué? No me han encerrado para perdonarme. No podía imaginar que los catorce cargos que me imputaron en Ucrania serían conmutados por el artículo “trabajos jodidos” (perdona).

            ¡Cómo es posible que en lugar de aceptar su invitación para comer me emborrachara en la fiesta de Grigórev y los ofendiera a ti y a Larisa! Cuando vea a Larisa le regalaré una diadema por su hijo.[5] Seguro que para ella (no para Larisa Kadochnikova)[6] es muy duro ser la esposa de un genio.

            Andrei, no me escribas: ¡la dirección puede cambiar!

 

Serguei Paradzhanov

[Diciembre 25 1974]

 


 


 


 


 

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Notas

[1] Rodrigo González: “Andrei Tarkovski hijo, cineasta: ‘En esta época de crisis, el cine de Tarkovski tiene más relevancia que nunca’”, La Tercera, Santiago de Chile, noviembre 25 de 2020.

[2] Bagrat Oganesyan (Baku, Azerbaijan, 1929-Yerevan, URSS [ahora Armenia], 1990), director y escritor, actor en Solaris (1972), asistente de dirección en Andrei Rublev (1966), director de Sour Grapes (Hndzan, 1974), película a la que se refiere Paradzhanov y en cuyo guión colaboró Tarkovski sin crédito.

[3] Película también conocida como El árbol rojo (Kalina krasnaya), 1974, escrita y dirigida por Vasilii Shukshin (Srostki [ahora Altai Krai, Rusia], 1929-Kletskaya, Volgograd Oblast, 1974).

[4] La Rus de Kiev fue una federación de tribus eslavas orientales desde finales del siglo IX hasta mediados del XIII, cuando se desintegró en varios territorios rivales. Alcanzó su extensión máxima a mediados del siglo XI, cuando se extendía desde el mar Báltico en el norte hasta el mar Negro en el sur, y desde las cabeceras del Vístula en el oeste hasta la península de Tamán en el este, y abarcaba a la mayoría de las tribus eslavas orientales. Los actuales pueblos de Bielorrusia, Ucrania y Rusia, además de otros grupos étnicos eslavos, reivindican a la Rus de Kiev como el origen de su legado cultural y de sus tradiciones (que están presentes, de modo imborrable, en el cine de Paradzhanov).

[5] Larisa Tarkovskaya (Moscú, 1938-Neuilly-sur-Seine, 1998), asistente del director y actriz, estuvo casada con Andrei Tarkovski, con quien tuvo un hijo, Andrei A. Tarkovski (nacido en 1970).

[6] La actriz y directora Larisa Kadochnikova (Moscú, 1937) representa el papel de Marichka en la primera ópera magna de Paradzhanov, Sombras de los ancestros olvidados (1964). Estuvo casada con el director Yuri Ilyenko (Cherkassy, Ucrania, 1936-Ucrania, 2010), autor, entre otras películas, de Swan Lake: The Zone (Lebedyne ozero. Zona, 1990), con guión de Paradzhanov.

 

* * *

 

Filmografía de Andrei Arsenievich Tarkovski (Zavrazhie, Ivánovo, abril 4 de 1932-París, diciembre 29 de 1986): | Cortometrajes escolares: Asesinos (Ubiytsy), 1958; Concentrado (Kontsentrat), 1958; Hoy no se licenciará (Segodnya uvolneniya ne budet), 1959; La aplanadora y el violín (Katok i skripka), 1960. | Largometrajes: La infancia de Iván (Ivanovo detstvo), 1962. Andrei Rubliov, 1966. Solaris (Solyaris), 1972. El espejo (Zerkalo), 1975. Stalker, 1979. Nostalgia, 1983. Sacrificio (Offret), 1986. Pueden incluirse la filmación de su puesta en escena de la ópera Boris Godunov de Musorgski (Claudio Abbado, 1982) y el diario filmado Tiempo de viaje (Tempo di viaggio / Voyage in Time, en colaboración con Tonino Guerra), 1983.

 

Filmografía de Serguei Paradzhanov: Cuento moldavo (Moldávskaya Skazka), 1951. Andriesh (1954).Dumka (1958).El primer chico (Pervy paren), 1958. Natalya Ushvi, 1959. Manos doradas (Zolotye ruki), 1960.Rapsodia ucraniana (Ukraínskaya rapsódiya), 1961.Flor sobre la piedra (Tsvetok na kamne), 1962.Sombras de los ancestros olvidados (Tini zabútyj prédkiv), 1964.Frescos de Kiev (Kíevskie Freski), 1965.Hakop Hovnatanian, 1967.El color de las granadas (Sayat Nová), 1968. Niños a Komitas (Yerejaner Komitasin), 1968.La leyenda de la fortaleza de Suram (Ambavi Suramis tsikhisa), 1984.Arabescos sobre el tema Pirosmani (Arabeski na temu Pirosmani), 1985.Ashik Kerib, 1988. La confesión, 1989-1990 (inacabado; el original sobrevive en Paradzhanov:La última primavera, 1992).

 

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Tarkovski: la imagen absoluta (3)

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Tarkovski: aforismos

 

[Selección de aforismos de Andrei Tarkovski extraídos deMartirologio (Diarios 1970-1986); trad.: Iván García Sala. (DGD)]

 

Para vivir, hay que cobrar algo. Pero en tu arte eres libre. Claro que hay que publicar, hacer exposiciones, pero si esto no es posible, queda lo más importante, la posibilidad de crear sin tener que pedir permiso a nadie. En cine esto no es posible. Sin el beneplácito del Estado no se puede filmar ni una secuencia. Y aún menos se puede hacer con el dinero de uno. Se entendería como un robo, como una agresión ideológica, como una subversión. Si un escritor a pesar de su talento deja de escribir porque no lo publican, no es un escritor. El deseo de crear define al artista, y este rasgo entra en la definición de talento. [Septiembre 3 1970]

*

¿Qué es la verdad? ¿El concepto de verdad? Probablemente algo tan humano que no tiene equivalente desde un punto de vista objetivo, extrahumano y absoluto. Y si es algo humano, significa que es limitado, está, desde el punto de vista material, indefectiblemente contenido por los límites del medio humano. Relacionar lo humano con el cosmos es inconcebible. La verdad también. Alcanzar la grandeza dentro de los propios límites (euclidianos e insignificantes en comparación con la eternidad) significa demostrar que sólo eres un hombre. El hombre que no busca la grandeza del alma no es nada. [Septiembre 5 1970]

 


 

El pesimismo tiene demasiada poca relación con el arte. La literatura, como el arte en general, es religiosa. En su máxima expresión da fuerzas, infunde esperanza ante el rostro del mundo moderno, monstruosamente cruel y que, en su sinsentido, deriva hacia el absurdo. El verdadero arte contemporáneo necesita la catarsis, con la que purifica a los hombres ante las catástrofes venideras, e incluso ante la Catástrofe.[Septiembre 9 1970]

*

Mi madre decía que [mi padre] sólo pensaba en sí mismo, que era un egoísta. No sé si tenía razón... De mí también se puede decir con derecho que soy un egoísta. [...] No soy ni un santo ni un ángel, sino un egoísta que lo que más teme es el sufrimiento de aquellos a los que ama. [Septiembre 14 1970]

*

Dividir la filosofía en idealista y materialista mediante una división ficticia del problema entre la primacía de la materia o de la conciencia, resulta disparatado porque es absurdo. Es igual que discutir sobre qué fue primero, el huevo o la gallina. [Octubre 17 1970]

 


 

Hace muchos años que me tortura la convicción de que los descubrimientos más increíbles aguardan al hombre en la esfera del Tiempo. El tiempo es la cosa sobre la que menos sabemos. [Febrero 15 1972]

*

Hoy en plena noche miré al cielo y vi las estrellas... Tuve la sensación de que las veía por primera vez. Me quedé asombrado. Las estrellas me produjeron una impresión sobrecogedora. [Febrero 28 1972]

 


 

Los sueños se dividen en dos tipos. En el primero, la persona que contempla el sueño dirige los acontecimientos, como si hiciera magia. Es el amo de todo lo que pasa y lo que pasará. Es un demiurgo. En el segundo, la persona que sueña no es capaz de dirigir, es pasiva y sufre por culpa de la violencia y por su incapacidad de defenderse de ella; todo lo que le sucede es indeseable, horrible y doloroso (comparar con la prosa de Kafka). [Enero 26 1973]

 


 

Esta vida nuestra tan compleja, con el objetivo de prepararnos para un papel muy determinado, nos mete en unas situaciones en las que solamente se desarrollan aquellos rasgos de nuestra alma que nos ayudan a crecer en ese papel. El resto del alma perece. De ahí proviene la falta de contacto. Y entonces la psicología junto a la sociología engendran el miedo, la incredulidad, la vileza y la muerte de las esperanzas. [Enero 31 1973]

*

Tenemos que tender a la simplicidad. Más simple y más profundo; cuanto más simple, más profundo. Todo tiene que ser sencillo, libre, natural, sin falsa tensión. Este es el ideal. [Febrero 10 1973]

 


 

Cada vez veo con más claridad la necesidad de cambiar la vida, de reorganizarla, revisarla. Hay que empezar a vivir de nuevo. ¿Qué se necesita? Sentirse antes que nada libre e independiente. Creer, amar. Abandonar este mundo, excesivamente miserable, y vivir para otro mundo. Pero ¿dónde? ¿Cómo? [Junio 23 1977]

*

¿Por qué las personas a menudo sueñan con cosas que nunca han experimentado? ¿Que vuelan, por ejemplo? Durante la infancia es un sueño que se repite mucho. [Noviembre 17 1978]

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Si se habla de cuál es mi vocación, yo creo que es alcanzar el absoluto, intentando levantar, elevar el nivel de mi oficio. La dignidad del artesano. El nivel de calidad, que todo el mundo ha perdido porque no es necesario y ha sido sustituido por la apariencia, la ilusión de calidad. Yo quiero conservar el nivel de calidad. Como Atlas sostenía la tierra sobre las espaldas. Porque, agotado, habría podido soltarla. Pero no lo hizo y por alguna razón siguió aguantándola. Por cierto, lo más sorprendente de esta leyenda no es que la sostuviera mucho tiempo, sino que no la soltara, aun engañado, que siguiera soportándola. [Junio 2 de 1979]

 

 


 

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Filmografía de Andrei Arsenievich Tarkovski (Zavrazhie, Ivánovo, abril 4 de 1932-París, diciembre 29 de 1986): | Cortometrajes escolares: Asesinos (Ubiytsy), 1958; Concentrado (Kontsentrat), 1958; Hoy no se licenciará (Segodnya uvolneniya ne budet), 1959; La aplanadora y el violín (Katok i skripka), 1960. | Largometrajes: La infancia de Iván (Ivanovo detstvo), 1962. Andrei Rubliov, 1966. Solaris (Solyaris), 1972. El espejo (Zerkalo), 1975. Stalker, 1979. Nostalgia, 1983. Sacrificio (Offret), 1986. Pueden incluirse la filmación de su puesta en escena de la ópera Boris Godunov de Musorgski (Claudio Abbado, 1982) y el diario filmado Tiempo de viaje (Tempo di viaggio / Voyage in Time, en colaboración con Tonino Guerra), 1983.

 

Andrei Tarkovski: Martirologio. Diarios 1970-1986, Ediciones Sígueme (El peso de los días, 78), Salamanca, 2011; trad.: Iván García Sala.

 

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Manuel del Cabral: Ventana hecha de lluvia

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Manuel del Cabral: Ventana hecha de lluvia

 

Por su carácter de diplomático, Manuel del Cabral (1907-1999) residió en Argentina, Chile, Colombia, España y Estados Unidos, entre otros países. Nacido en Santiago de los Caballeros, República Dominicana, pionero de la poesía negrista, profundamente comprometido con su militancia popular e indigenista, asumió una responsabilidad que no era de ningún modo meramente conceptual; así, en uno de sus primeros poemas habla del pueblo como algo que “se va de vena en vena por mi cuerpo hasta el alma, / como de puerta en puerta desde el horno la espiga / va en su tibia fragancia dando el alma del trigo”.

   Del Cabral nunca es ajeno a aquello que suscita el canto, porque el nombre propio no se recibe sino se gana, del mismo modo en que el cuerpo no se habita sino se aprende: “Es que Manuel aún yo no me llamo. / Todavía llueve mucho en mi pueblo: / Todavía / yo no puedo ser hombre cuando llueve. / Cuando cae agua gorda me pongo a hablar con alguien, / toco el espejo y veo si es mi última cara. / Porque comprendo / que tengo que buscarme cuando llueve”.

   En su poesía la infancia no es un remoto punto de partida sino una meta (“¡Qué bien estoy junto al principio... / Qué bien estoy donde no estoy”), y los obstáculos para acceder a ella son creados por la razón: “¿Quién me puso a crecer? / Todavía lo ignoro, / pero el hecho tan sólo de saber que yo pienso / es ya bastante triste”. Toda poesía es autobiográfica, sin duda, pero también es cierto que suele escribirla un otro que se mira: “yo casi siempre fui un niño de ventana, / un niño junto a cosas que me quedaban lejos; / pero fui siempre triste desde que tuve ojos... / desde que vi las cosas y las metí en la letra”. Y: “¡Cuánto me duele ahora crecer lo que crecí! / Mi infancia fue aquel poco de lluvia de camino, / allá, no más, en donde, con un poco de mí, / y otro de qué sé yo...”. Esa ventana se vuelve arquetípica: “Mira todas las cosas que se ven a través / de tu ventana abierta: se despiertan, ¿las ves?”.

   Manuel del Cabral incursionó en una visión que podría llamarse panteísta o simplemente integral, expresada con una limpidez sobrecogedora: “Alguien va desnudo como el día por el campo, y nadie va desnudo. / ¿Estaré yo aquí... conmigo?”. Convencido de que “Hay algo más que canta sin cantar en el canto”, vuelve a sus orígenes y sabe reconocerlos en lo que observa a su alrededor con ojos de lluvia: “Rebelde como el tiempo, tanto cielo te agarra, / que tus pies ya no saben caminar por el mundo. [...] El blanco de tu adentro retoza como un niño”.

   Hay en su poesía un erotismo excepcional que no se cierra a todas las otras maneras distintas de ver el mundo: “Yo que aprendí en su carne casi a no ser de carne”. Paul Éluard reconoció que no conocía mejor definición de la poesía que la que ofrece Del Cabral en uno de sus poemas breves más conocidos: “Agua tan pura que casi / no se ve en el vaso agua. / Del otro lado está el mundo. / De este lado, casi nada... / Un agua pura, tan limpia / que da trabajo mirarla”. André Gide dijo, con una transparencia equivalente: “Pocas veces nos llega del otro lado del mar una voz tan humana, tan vital y americana como la de Cabral”. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura de la República Dominicana en 1992. [DGD]

 


 


 


 


 

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Obra poética selecta de Manuel del Cabral: Pilón (1931), Color de agua (1932), Doce poemas negros (1935), Trópico negro (1942), Sangre mayor (1942), Compadre Mon (1943), Chinchina busca el tiempo (1945), De este lado del mar (1948), Los huéspedes secretos (1951), Treinta parábolas (1956), Los huéspedes secretos (1951), Sexo y alma (1956), La isla ofendida (1965), Los relámpagos lentos (1966), Los antitiempo (1967), Obra poética completa (1976).

 

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Eliseo Diego: “Porque quién vio jamás las cosas que yo amo”

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Eliseo Diego: “Porque quién vio jamás las cosas que yo amo”

 

[En el prólogo a Por los extraños pueblos (1949), el poeta cubano Eliseo Diego (La Habana, julio 2 de 1920-Ciudad de México, marzo 1 de 1994) describe la razón más legítima para escribir un libro: “sucedió que teniendo ganas de leerlo, y no hallándolo, así completo, por más que lo busqué en muchos sitios diferentes, decidí por fin escribirlo yo mismo”. Lo dedica a sus hijos en el tono de prever la pregunta “¿para qué sirve un libro de poesía?”, y responde en la sencilla y entrañable claridad que fue su característica: “para mí, [la poesía] es el acto de atender en toda su pureza”. Las líneas finales del prólogo dibujan un inmejorable retrato del poeta: “Conmigo se han de acabar estas formas de ver, de escuchar, de sonreír, porque son únicas en cada hombre; y como ninguna de nuestras obras es eterna, o siquiera perfecta, sé que les dejo a lo más un aviso, una invitación a estarse atentos”.

   Se trata de un ver, y de un decir lo que se ve: “Porque quién vio jamás las cosas que yo amo” (“Nostalgia de por la tarde”). Nadie ha visto jamás las cosas a las que el poeta ama; tal vez sí, muchas veces, pero precisamente invisibilizadas por la costumbre de verlas, es decir, de no verlas; en cambio, el poeta centra en ellas una atención que es fruto del amor (el máximo ejercicio de concentrar los sentidos) y las hace ver, por primera vez: “Pero quién vio jamás / el ruedo misterioso de tu falda / mientras cortas las rosas en la tarde / ni el roce y la tristeza de la lluvia / como un ajeno llanto por mi cara”.

   Decir lo que se ve es muchas cosas, entre ellas dejar un registro de cómo un solo aspecto del mundo, entre todos los aspectos posibles, nos ha devuelto la mirada y con ello se comporta del mismo modo que nosotros: elegir una imagen y excluir a las demás para que la contemplación devele —las multiplicidades y graduaciones de la selectividad— que no hay una (en contraposición al resto de imágenes) y que no hay demás (en oposición a una sola que actúa como soporte).

   El poema transmite indefectiblemente cómo ve el poeta —los métodos y afinaciones de la atención—: ¿se ve mirar?, ¿se pierde en lo que contempla? —las transparencias y traducciones de la contemplación—. ¿El poeta es el que viendo se sabe mirado? Y en este caso, ¿mira en compañía de quién o en fusión con qué? Es acaso la imago que tanto buscó Lezama Lima, amigo y colaborador de Eliseo Diego.

   En uno de sus textos en prosa más precisos (“Cómo tener y no tener una alondra”), Diego toma el ejemplo de un poeta del siglo XV, Juan de Padilla, y se detiene en una estrofa en la que éste habla de un pájaro: “¡Cuántas veces habrá visto Juan de Padilla a la alondra remontar, con su canto, el vuelo, sintiendo a lo más una pasajera sensación de agrado! Pero, de pronto, la vio, la vio de veras, con todos los sentidos despiertos”. Ver de veras es verlo todo: “El genio lo es justo porque su ser consiste en el don de realizarse expresando como un todo lo atrapado como un todo”.

   La poesía de Eliseo Diego está acaso en esta imagen: “Voy por la calle donde nunca estuve / como viniendo por la calle mía. / Recuerdo cosas que no fueron nunca / pero que el corazón apetecía”. Una calle interminable en cuyos altos muros quiebran las tinieblas. (DGD)]

 


 


 


 


 


 

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Poesía de Eliseo Diego: En la calzada de Jesús del Monte (1949), Por los extraños pueblos (1949), El oscuro esplendor (1966), Versiones (1967), Muestrario del mundo o Libro de las maravillas de Boloña (1968), Los días de tu vida (1977), A través de mi espejo (1981), Inventario de asombros (1982), Veintiséis poemas recientes (1986), Libro de quizás y de quién sabe (1989), Cuatro de oros (1990), Poemas al margen (1946-1992), En otro reino frágil (1999), Aquí he vivido (2000), Poemas manuscritos (2005), Desde la eternidad. Antología de poesía y prosa (2005).

 

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Gabriel Celaya: “Debo salvarlo todo si he de salvarme entero”

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Gabriel Celaya: “Debo salvarlo todo si he de salvarme entero”

 

[Rafael Gabriel Juan Múgica Celaya Leceta (Hernani, Guipuzcoa, marzo 18 de 1911-Madrid, abril 18 de 1991) formó parte de la generación literaria de la posguerra y fue un gran representante de lo que se denominó “poesía comprometida” o poesía social, a la que Celaya otorgó su gran declaración de principios: “La poesía es un arma cargada de futuro”.

   En Madrid hizo estudios de ingeniería y entre 1927 y 1935 vivió en la legendaria Residencia de Estudiantes, en donde conoció a García Lorca y Moreno Villa y escuchó conferencias de Marinetti, Calder, Aragon, Stravinsky, Jules Romain, Valéry. Durante la guerra civil española combatió en el bando republicano y estuvo preso en un campo de concentración en Palencia.

   Entre 1934 y 1945 trabaja en un libro axial, Tentativas, que reúne poemas, narraciones, teatro, ensayo, a partir de la certeza de que “cada hombre revive todas las grandes épocas de la cultura”. A partir de la considerable influencia de Gerardo Diego, Guillén, Alberti, Salinas y Aleixandre, Celaya afina su territorio esencial: “Nuestra poesía no es nuestra. La hacen a través de nosotros mil asistencias, unas veces agradecidas, otras inadvertidas. Nuestra deuda (la deuda de todos y de cada uno) es tan inmensa que mueve a rubor”. En el prólogo a Paz y concierto (1953) va aún más lejos: “Vivimos unos por otros, unos con otros, todos para un conjunto que se nos escapa entre los dedos cuando tratamos de apresarlo; nadie para sí mismo porque, cuando se mete en su soledad, se siente más que nunca habitado por presencias que son suyas mas no son él”. Esta magna intuición va más allá del colectivismo: “Cuando grito, no grita mi yo para decirse. / Cuando lloro, quien llora dentro de mí es cualquiera, / y es tan sólo en los otros donde vivo de veras”. De ahí su gran enunciado: “Nadie es nadie”.

   Esos principios no varían, aunque cambien las formas de asumirlos y entenderlos. “En los primeros años del sesenta”, recuerda, “la llamada ‘poesía social’ entró en crisis. Al cansancio que produce cualquier corriente literaria dominante y a la proliferación de epígonos que, como ocurre siempre, acabaron por convertir en un cliché lo que había comenzado como un deslumbrante descubrimiento, debe añadirse que el clima de furor y esperanza en que había nacido la primera poesía social se había ido extinguiendo con el paso de unos años en los que no se produjo más cambio que el de una derivación de nuestro país hacia una incipiente sociedad de consumo” (Historia de mis libros, 1975).

   De ahí la apuesta de Celaya en una búsqueda de nuevas formas, en libros como Campos semánticos (1971), Poemas órficos (1981) o Función de Uno, Equis, Ene (1973). Explica así el título de este último: “’Uno’ es el yo aislado; ‘Ene’, los otros o el colectivo, y ‘Equis’, un implacable e incomprensible orden que se rige según leyes o reglamentos no humanos: el del universo formado por unas micro y macro estructuras en las que nosotros desaparecemos, sin ser siquiera advertidos”.

   El propio Celaya aclara a qué apuntan estos libros: “Al decepcionante reconocimiento de que el hombre no responde a los modelos humanistas que, desde el clásico hasta el prometeico-marxista, se nos han dado”. Sin embargo, la decepción no basta para desarmar las construcciones de una obra tan copiosa: “Lo que llamamos ‘personalidad’ (y no digamos individualidad o subjetividad) es una fantasmagoría sin sentido último”. Y: “quizá otros puedan vivir la aventura como si fuera nueva”. Hay una actitud primordial que no es alterada: “pues aunque nada espero, todo es como esperar”.

   En el espléndido poema “Blas de Otero” (De Las cartas boca arriba), dedicado al amigo y colega con el que Celaya y su esposa Amparo Gastón formaron el llamado “triunvirato vasco de la poesía social”, está el descubrimiento más hondo: “Debo salvarlo todo si he de salvarme entero”.

   Entre 1977 y 1980 se publicaron sus Obras completas en seis volúmenes. Recibió el Premio Nacional de las Letras Españolas en 1986. (DGD)]

 


 


 


 


 


 

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Poesía selecta de Gabriel Celaya: Marea del silencio (1935), La soledad cerrada (1947), Movimientos elementales (1947), Tranquilamente hablando (1947, como Juan de Leceta), Objetos poéticos (1948), El principio sin fin (1949), Las cartas boca arriba (1951), Lo demás es silencio (1952), Cantos iberos (1955), Entreacto (1957), Las resistencias del diamante (1957), El corazón en su sitio (1959), Poesía urgente (1960), Mazorcas (1962), Versos de otoño (1963), La linterna sorda (1964), Los espejos transparentes (1968), Operaciones poéticas (1971), Campos semánticos (1971), Dirección prohibida (1973), Función de Uno, Equis, Ene F (1.X.N) (1973), Poemas órficos (1981), Cantos y mitos (1984), Orígenes / Hastapenak (1990), Mensajes (2002), Poesías completas (1977-2004).

 

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Rosa Chacel: poesía oculta

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Rosa Chacel: poesía oculta

D.G.D.

 

Resulta significativo que hubiera más de cuarenta años entre el primer poemario de Rosa Chacel (A la orilla de un pozo, 1936) y el segundo (Versos prohibidos, 1978). Una forma de describir este fenómeno sería aducir que la poesía se detuvo para Chacel durante ese lapso, consagrado por ella a la narrativa. Sin embargo, el argumento de una “suspensión” no funciona si se observa que entre esos años la poesía brotó imparable, “oculta” en sus novelas y cuentos: Teresa (1941), Memorias de Leticia Valle (1945), Sobre el piélago (1952), La sinrazón (1960), Ofrenda a una virgen loca (1961), Icada, Nevda, Diada (1971), y sobre todo en la novela Barrio de Maravillas (1976). Acaso lo único que quedó suspendido fue una poesía categorizada, definida por sus exigencias genéricas y su posición en el medio cultural. Esto concuerda con los poetas que han insistido en que la poesía no es un género literario sino una forma de mirar, y que si una pintura, una obra de teatro o una música entusiasman y arrebatan al espectador es porque tocan una esencia develada por la propia etimología: poeisis, creación.

   No se trata precisamente de lo que se conoce como prosa poética; en vía metafórica —y no literal— podría establecerse una correspondencia entre esa experiencia de Rosa Chacel y la de otra escritora, Teresa de Lisieux, que muy joven ingresa en un convento con el propósito de ocultarse de un mundo materialista que la desconcierta e indigna. Según sus biógrafos, Teresa deseaba fervientemente convertirse en santa, pero después de seis años de vida conventual reconoció que ese objetivo le era imposible de alcanzar. Es así que llegó a la resolución más opuesta al sistema educativo que la vigilaba sin cesar y que esperaba, como con todos los niños, verla adelantar, evolucionar, progresar: “yo no necesito crecer”, exclama Teresa, “por el contrario, tengo que seguir siendo pequeña, cada vez más y más”.

   No hay mucha distancia entre esta convicción y la certeza de la adolescente Leticia Valle, personaje de Rosa Chacel: “No iré por ese camino que me marcan, no seguiré a ese paso; iré en otro sentido, hacia arriba o hacia abajo, me escaparé por donde pueda y no se darán cuenta. Me verán todos los días con los pies quietos en el mismo sitio, pero no estaré aquí: iré hacia atrás; es lo único que puedo hacer. Esto, ¿cómo van ellos a comprenderlo? No haré nada que sobresalga, no me verán mover ni una mano; volveré hacia dentro todas mis fuerzas, echaré a correr hacia atrás hasta perderme. Luego volveré hasta aquí y retrocederé otra vez”.

   Leticia, de catorce años de edad, se desespera ante la forma de ser y pensar de los adultos: “la gente, por lo regular, habla de un modo que al principio no sabe una por dónde guiarse. Tan pronto dan a las cosas más misteriosas una explicación tonta, tan pronto las envuelven, las disfrazan con un misterio odioso”. Por eso se pregunta, horrorizada: “¿Es que podré llegar alguna vez a entender las cosas como los otros? Eso sería el mayor castigo que podría esperarme”.

   Alguna vez se pidió a otra Teresa escritora, santa Teresa de Jesús, redactar un comentario sobre el polémico Cantar de los Cantares; su rotunda sinceridad emprendió este comentario afirmando de entrada no sólo que no entendía las sesudas interpretaciones de la teología instituida sino que celebraba el no entenderlas. Lo mismo dice Teresa Valle cuando se desespera por lo que los adultos perciben, dado que es a otra cosa a lo que ella llama ver, por ejemplo lo que le sucede al contemplar un pasillo: “Al final había una galería de cristales enteramente cubierta por una parra, y desde la calle oscura el pasillo parecía un túnel lleno de luz verde. Cuando yo pasaba por ahí, antes de saber que entraría jamás en aquella casa, ya me parecía aquello la entrada al paraíso. Pasaba siempre despacio para mirarlo, para cambiar con él una mirada, porque me parecía que me miraba como un ojo”.

   Un ser de sensibilidad semejante, el uruguayo Felisberto Hernández, decía algo análogo contemplando un balcón: “Yo estaba del lado de afuera del balcón. Del lado de adentro, estaban abiertas las dos hojas de la ventana y coincidían muy enfrente una de otra. Marisa estaba parada con la espalda casi tocando una de las hojas. Pero quedó poco en esta posición porque la llamaron de adentro. Al poco de salir Marisa, no sentí el vacío de ella en la ventana. Al contrario. Sentí como que las hojas se habían estado mirando frente a frente y que ella había estado de más. Ella había interrumpido ese espacio simétrico, llena de una cosa fija que resultaba de mirarse las dos hojas”.

   Toda modernidad se basa en una trampa: la malicia cultural; el hombre moderno lo ha visto todo, ya nada puede engañarlo y cada vez cede menos su admiración puesto que, escéptico, racional y desencantado, acepta que cualquier alternativa a la creciente negrura de los tiempos es ingenua. El narrador de un texto de Julio Cortázar incluido en La vuelta al día en ochenta mundos (1967) intenta convencerse de que “los placeres de la inteligencia y la sensibilidad deben nacer de un juicio ponderado y sobre todo de una actitud comparativa, basarse como dijo Epicteto en lo que ya se conoce para juzgar lo que se acaba de conocer, pues eso y no otra cosa es la cultura y la sofrosine”, y lo consigue hasta que un espectáculo de mimos checos o una simple mancha en una pared lo instalan de nuevo en ese asombro primigenio al que sus semejantes desprecian porque “si uno incurre en semejantes excesos por una tela de araña llena de rocío, ¿qué va a dejar para la noche en que den King Lear? A mí eso me sorprende un poco, porque en realidad el entusiasmo no es una cosa que se gaste cuando uno es realmente idiota, se gasta cuando uno es inteligente y tiene sentido de los valores y de la historicidad de las cosas”.

   Se trata sin duda del llamado que hace Luis Buñuel en su más personal y resonante declaración de principios:“Toda mi vida me han atosigado con preguntas imbéciles [acerca de mis películas]: ¿Por qué esto? ¿Por qué aquello? La manía de comprender y, por consiguiente, de empequeñecer, de mediocrizar, es una de las desdichas de nuestra naturaleza. Si fuéramos capaces de volver nuestro el azar y aceptar sin desmayo el misterio de nuestra vida, podría hallarse próxima una cierta dicha, bastante semejante a la inocencia” (Mi último suspiro, 1982).

   Sin duda es excesivo establecer una diferencia entre los atisbos que hay en los poemarios de Rosa Chacel y aquellos que se dan en sus novelas, y aún más errado sería estipular que una es poesía y la otra no, cuando lo más probable es que se trate de una diferencia de grado o de enfoque y nada más. Sin embargo, tal vez lo que actúa aquí es aquella polémica que en los siglos XIX y XX llevó a varios poetas (Valéry a la cabeza siguiendo la iniciativa de Poe y Baudelaire) a denunciar una poesía que se había vuelto excesivamente racional, artificiosa, conceptista y casi podría decirse apolínea, en contraposición a una poesía más esencial, intuitiva, dionisíaca, obligada a ocultarse en la medida de su ingenuidad. Uno de estos poetas que exigían volver a una poesía pura, Jorge Guillén, lo especifica de manera tajante cuando toma un poema de Bécquer y lo exprime:“Deshaced este verso, / quitadle los caireles de la rima, / el metro, la cadencia / y hasta la idea misma... / Aventad las palabras... / y si después queda algo todavía, / eso / será la poesía”.El juego de palabras es casi inevitable: poesía culta contra poesía oculta: una poesía que se esconde para dejar de estar escondida.

 


 


 


 


 


 


 

 

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Julio Cortázar y la poesía (1)

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Julio Cortázar: la gran tormenta silenciosa

D.G.D.

 

Quienes catalogan como narrador a Julio Cortázar (Ixelles, agosto 26 de 1914-París, febrero 12 de 1984) —es decir la mayor parte de la crítica y de sus lectores— pasan usualmente por alto que la poesía fue su territorio de partida: lo primero que publicó fue un poemario, Presencia (1938), y un libreto escénico al que calificaba como poema dramático, Los reyes (1949), para luego consagrarse a un estudio profundo y detallado de la poesía de John Keats (escrito hacia 1949-1952 y publicado hasta medio siglo después, en 1996; se trata de una verdadera arte poética y es muy probablemente su libro menos leído, junto con Prosa del observatorio y 62 Modelo para armar). La poesía fue también el territorio de llegada, como lo muestra esa reunión personal de poemas llamada Salvo el crepúsculo (1985). “La poesía fue la gran pasión de Cortázar”, recuerda su primera esposa y albacea Aurora Bernárdez; “era un gran lector de poesía, pero sus amigos eligieron su prosa. Tuvo tanto reconocimiento cuando se publicaron sus cuentos que todo el mundo olvidó que era un creador de poemas desde los doce años.”[1] En efecto, Cortázar relata que a esa edad era capaz de escribir sonetos de perfecta forma tradicional, aunque de escaso contenido.

[1] Cit. en El libro de Aurora. Textos, conversaciones y notas de Aurora Bernárdez, Alfaguara, Madrid, 2017; eds.: Julia Saltzmann y Philippe Fénelon.

 


 

               En 1971, en un tiempo en que Cortázar ya era aclamado por sus cuentos y sobre todo por Rayuela, lo sorprendió la propuesta que le hicieron José Agustín Goytisolo y Joaquín Marco, fundadores de la editorial Ocnos de Barcelona, de publicar algo de su poesía. Luego de vencer grandes reticencias, Cortázar accedió y el resultado fue en Pameos y meopas (1971). Era el primer poemario firmado con su nombre, puesto que el primero, Presencia, estaba acreditado al seudónimo “Julio Denis” (“fue una pequeña edición para los amigos; es un libro inhallable, y lo publiqué además con un seudónimo, lo cual te demuestra que yo tenía mis recelos”).[2]Pameos y meopas revelaba desde el título su intención entre irónica y defensiva y no modificó su imagen de narrador, como tampoco lo habían hecho los poemas que Cortázar incluyera en sus dos grandes libros misceláneos, La vuelta al mundo en 80 mundos (1967) y Último round (1969). Gran parte de la crítica vio estos poemas como curiosidades, asomos de un poeta tímido que pretendía usurpar el poderío de sí mismo en tanto narrador. (Un narrador que por cierto insistió siempre en no ser conocido solamente como autor de cuentos y novelas, y que incluso llegó a afirmar su deseo de ser considerado como poeta.)

[2] Orlando Castellanos: “Jugar en serio. Entrevista con Julio Cortázar” (1978), en Confabulario, México, junio 25 de 2005.

               En el prólogo a Pameos y meopas, Cortázar afirma: “mis poemas no son como esos hijos adulterinos a los que se reconoce in articulo mortis, sino que nunca creí demasiado en la necesidad de publicarlos; excesivamente personales, herbario para los días de lluvia, se me fueron quedando en los bolsillos del tiempo sin que por eso los olvidara o los creyera menos míos que las novelas o los cuentos. Ahora que amigos insensatos quieren verlos impresos, no me disgusta y ahí van algunos, pero nada cambia en el fondo para ellos o para mí, creo que nos quedaremos siempre como del otro lado del libro, asomando a veces allí donde la poesía habita algún verso, alguna imagen”.

 


 

               Cortázar era un autor muy reconocido como protagonista indispensable del boom latinoamericano, y lo que menos pensaba publicar era su poesía, acostumbrado a mantenerla oculta. Las razones de ese ocultamiento (si se quiere ver así, porque en realidad el no mostrar no es necesariamente un sinónimo de esconder) son complejas, y sus aristas pueden reunirse y sintetizarse en varios puntos:

               —En primer lugar interviene la diferencia entre poesía culta y poesía oculta. La primera sería el consenso que para una época define y valora la actividad poética (tradición). La segunda sería el esfuerzo de ciertos escritores para oponerse a ese consenso, despojarlo de convenciones y prejuicios y llegar a una definición más honda (ruptura). En cuanto a la tradición, un caso significativo es el de Shakespeare: se le sigue llamando el bardo aunque su territorio reconocido es la dramaturgia; la parte “oculta” de su obra es su poesía: los Sonetos, incómodos para la crítica y casi siempre citados en tono marginal.

               —Del punto anterior se desprende otra actitud cortazariana a tomar en cuenta: su desconfianza por las demarcaciones instituidas, comenzando por los géneros literarios. En Salvo el crepúsculo se vuelve contra “esa seriedad que pretende situar a la poesía en un pedestal privilegiado, y por culpa de la cual la mayoría de los lectores contemporáneos se alejan más y más de la poesía en verso, sin rechazar en cambio la que les llega en novelas y cuentos y canciones y películas y teatro, cosa que permite insinuar, a) que la poesía no ha perdido nada de su vigencia profunda pero que b) la aristocracia formal de la poesía en verso (y sobre todo la manera con que poetas y editores la embalan y presentan) provoca resistencia y rechazo por parte de muchos lectores tan sensibles a la poesía como cualquier otro”.

 


 

               —En esta consideración juega un papel importante lo que el propio Cortázar declara en 1967: “En los últimos tiempos me he preguntado por qué casi nunca quise publicar versos, yo que he escrito tantos; será, pienso, porque me siento menos capaz de juzgarme por ellos que por la prosa, y también por un placer perverso de guardar lo que quizá es más mío”.[3] Hacia 1957, cuando aún era un escritor poco conocido, había hecho, para divertirse, ediciones privadas en mimeógrafo de algunos de sus poemas; más adelante continuará estas experiencias poéticas “ocultas” con otros poemas en sendas ediciones limitadas: Un elogio del 3 (1980) y Negro el 10 (1983).

[3] J.C.: presentación a “Razones de la cólera”, en La vuelta al día en ochenta mundos, Siglo XXI, México, 1967.

               —Puede considerarse también el extendido y muy discutible sobreentendido según el cual la narrativa es más “comprensible” (popular) que la poesía. Pese a no compartir esa idea, Cortázar habría asumido su carácter de narrador por un respeto hacia los puentes que se habían tendido entre él y sus lectores, que más que relaciones literarias eran vías de cariño, y que se daban de manera casi total a través de sus novelas y cuentos. (Aunque resulta arduo pluralizar “novelas”, puesto que ello sólo se dio a partir de Rayuela; las demás novelas de Cortázar han sido mucho menos leídas.) Alguna vez se le planteó directamente el hecho de que al parecer ocultara su poesía “por vergüenza”. El autor respondió: “Que yo tenga una conciencia vergonzosa con respecto a la poesía, proviene de que ninguno de mis amigos gustara de mis poemas y que se entusiasmaran inmediatamente con mi prosa. Ellos, al igual que los críticos argentinos me clasificaron como prosista. Esto me hizo considerar mi poesía como una actividad privada”.[4]

[4] Pierre Lartigue: “Contar y cantar: entrevista a Julio Cortázar y Saúl Yurkievich”, en Saúl Yurkievich: A través de la trama. Sobre vanguardias literarias y otras concomitancias, Iberoamericana, Vervuert, 2007.

               —A ello se suma un cierto “consenso crítico” que se formó hacia los años setenta y que tomó a la poesía de Cortázar como el talón de Aquiles y el punto idóneo de ataque; así por ejemplo José Miguel Oviedo, según el cual los poemas de Cortázar eran “conmovedoramente malos”,[5] oAlfred Mac Adam: “Cortázar como poeta es un diletante”,[6] o László Scholz: “la poesía de Cortázar es muy mediocre en comparación con su prosa”.[7] En un determinado momento Cortázar asume este panorama de manera frontal: “se ha discutido mucho si yo soy un buen o mal prosista, pero donde hay un acuerdo absolutamente total es que soy un pésimo poeta [...]. Eso puede haber quizá influido por algún motivo consciente o inconsciente en que yo limitara la publicación de mis poemas”.[8]

[5] Cortázar se refiere a esto en Salvo el crepúsculo: “Si tus amigos reaccionan de manera tan convulsiva, se siente que lo mismo te quieren, como a mí también me quiere José Miguel Oviedo cuando afirma que mis poemas son ‘conmovedoramente malos’. Y eso que sólo conoce los pocos que he publicado; imagínate ahora la cara que va a poner...”.

[6] Alfred Mac Adam: “Introducción”, en El individuo y el otro. Crítica a los cuentos de Julio Cortázar, La Librería, Buenos Aires/Nueva York, 1971.

[7] László Scholz: El arte poética de Julio Cortázar, Castañeda, Buenos Aires, 1977.

[8] Carlos Díaz-Sosa: “Diálogo con Cortázar”, en Imagen, Caracas, 1975.

 


 

               —El argumento de que hay poesía en la prosa de Cortázar proviene de él mismo en diversas entrevistas: “Hay un momento en que lo que yo quiero decir no puedo ya decirlo con lenguaje de la prosa. Y entonces, con la más absoluta naturalidad, paso al poema. Un primer ejemplo, aunque no son exactamente poemas, son los monólogos de Persio en Los premios”;[9] o bien: “pienso que una parte de mi prosa está pensada y vista y dicha poéticamente, por ejemplo, Prosa del observatorio, no su totalidad porque está a propósito cortada por pasajes muy en prosa. Pero yo creo que es en definitiva un poema, sobre todo la parte final”; o bien: “dentro de mis novelas hay largos capítulos que cumplen un movimiento de poema aunque no entren en la categoría ortodoxa de la poesía. El funcionamiento se hace por analogía; hay un sistema de imágenes y de metáforas y de símbolos y, en definitiva, la estructura de un poema”.[10] El acento cae en las relativizaciones que Cortázar siempre apronta, como “aunque no son exactamente poemas” o “aunque no entren en la categoría ortodoxa de la poesía”: la diferencia entre la poesía y lo poético resulta extremadamente ardua de establecer porque implicaría la imposible definición de poesía.[11]

[9] Evelyn Picon Garfield: Cortázar por Cortázar, Universidad Veracruzana, Cuadernos de Texto Crítico, México, 1978. La cita siguiente corresponde a la misma entrevista.

[10] Ernesto González Bermejo: Conversaciones con Cortázar, Edhasa, Barcelona, 1978.

[11] A esta tarea imposible se han consagrado varias tesis universitarias dedicadas a la poética de Cortázar; por ejemplo las de Daniel Mesa Gancedo: Julio Cortázar y la tradición de la lírica moderna (tesis de licenciatura, Universidad de Zaragoza, 1994) y La obra poética de Julio Cortázar (tesis de doctorado, Universidad de Zaragoza, 1997), esta última de 1,367 páginas. Otro meritorio trabajo al respecto es el de Sandra Liebaert: La poesía de Julio Cortázar (Universitat de les Illes Balears, 2015).

               —Existe una razón mucho más profunda que Cortázar describía ya en un ensayo de 1948: “En nuestro tiempo se concibe a la obra como una obra poética total, que abraza simultáneamente formas aparentes como el poema, el teatro, la narración. Hay un estado de intuición para el cual la realidad, sea cual fuere, sólo puede formularse poéticamente, dentro de modos poemáticos, narrativos, dramáticos: y esto porque la realidad, sea cual fuere, sólo se revela poéticamente”.[12] Ya en el siglo I, Horacio, el principal poeta lírico y satírico en lengua latina (que no gratuitamente da nombre propio al protagonista de Rayuela, Horacio Oliveira),[13] era partidario del rigor absoluto y aconsejaba a los poetas guardar nueve años los manuscritos (guardar, no ocultar: seguir trabajando más allá de lo previsible e incluso poner en hibernación el material poético para luego juzgarlo con ojos más maduros). Y no sólo eso: a lo largo de la historia los grandes poetas coinciden en identificar a la poesía como el territorio sagrado por excelencia. Durante el largo periodo en que Cortázar redactaba Imagen de John Keats, habitó esa dimensión inconmensurable en donde rugen las gradaciones cósmicas de Dante y los ángeles terribles de Rilke, y sobre todo, en Keats, “la gran tormenta silenciosa, el huracán sin viento que se cumple en los intervalos”;[14] intentar una poesía ante esos referentes sería una empresa temeraria y acaso imposible.

[12]“Notas sobre la novela contemporánea”, 1948. Dos años antes, en otro ensayo Cortázar delineaba la característica de todo poeta: “la de ser otro, estar siempre en y desde otra cosa. Su conciencia de esa ubicuidad disolvente —que abre al poeta los accesos del ser y le permite retornar con el poema a modo de diario de viaje”. (“La urna griega en la poesía de John Keats”, 1946.)

[13]“El personaje principal de eso que yo pensé que iba a desembocar en un cuento, se llamaba sin ninguna vacilación Horacio Oliveira y era alguien de quien yo tenía la impresión de conocer desde muy adentro.” (Omar Prego: La fascinación de las palabras. Conversaciones con Julio Cortázar, Muchnik, Barcelona, 1985.)

[14] Julio Cortázar: Diario de Andrés Fava, Alfaguara, Madrid, 1995.

 


 

               —Otra perspectiva ineludible respecto a la relación de Cortázar con la poesía es la vuelta a los orígenes: “Ciertas intuiciones, ciertas cosas que uno quiere transmitir por la vía del lenguaje se dan en prosa y otras se dan en poesía. El poeta puro es evidentemente un hombre que tiene un repertorio de intuiciones exclusivamente poéticas. En mi caso, yo creo que la cosa es más abierta. Por un lado me gusta contar y la prosa está hecha para eso. Pero por otro lado, también, incluso contando hay momentos en que lo que quiero decir es una dimensión poética. Entonces hay que decirlo con la poesía. [...] Es un poco una vuelta a los orígenes porque finalmente la Ilíada y la Odisea, ¿qué son? Son poemas y sin embargo son novelas al mismo tiempo”.[15]

[15] Evelyn Picon Garfield: Cortázar por Cortázar, op. cit.

               Proverbialmente opuesto a las demarcaciones entre géneros o formas literarias, Cortázar alude muy probablemente a un estado de disponibilidad (en palabras del poeta Roberto Juarroz), o incluso a un estado alterado de conciencia (según denominación de Huxley) que la escritura rescata de manera más o menos afortunada y que puede manifestarse tanto en la poesía cortada en versos como en el interior de la prosa misma. Se trataría de grados en una escala de conciencia, es decir de intensidad, de legitimidad, de verdadero deseo de salto abierto: “Para mí la poesía es una piedra de afilar: prepara siempre alguna cosa para el combate de adentro o de afuera”.[16] En Imagen de John Keats, Cortázar llega a la gran entrevisión: “El poeta ha continuado y defendido un sistema análogo al del mago, compartiendo con éste la sospecha de una omnipotencia del pensamiento intuitivo, la eficacia de la palabra, el ‘valor sagrado’ de los productos metafóricos”.[17] De ahí la sospecha que fascinaba y a la vez aterraba a Keats: “El poeta no tiene identidad”. Sin embargo, Cortázar especifica en qué modo comparte esa intuición: “No tiene una identidad personal, acaso, pero tiene identidad poética, la más alta posible, que consiste en ser aquello y en aquello que se cante, y ser lo inconfundible”.

[16]“Poemas inéditos”(mayo 6 de 1974).

[17] Julio Cortázar: Imagen de John Keats, Alfaguara, Biblioteca Cortázar, Madrid, 1996; ed. de Aurora Bernárdez.

               Para Cortázar la poesía no fue un territorio entre otros a explorar sino la esencia y el motivo mismo de toda exploración; en sus cuentos y novelas la poesía tampoco fue asumida como herramienta o “voluntad de estilo”, sino como el registro más alto, aquel en que lo sensible y lo mental se funden en una tercera magnitud que rompe todas las falsas demarcaciones.

 


 

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Entre los años 2004 y 2012, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores publicó cinco de los nueve volúmenes anunciados de las Obras completas de Cortázar: I: Cuentos ● II: Teatro. Novelas I. Buenos Aires (Divertimento, El examen y Los premios) ● III: Novelas II. París (Rayuela, 62 Modelo para armar y Libro de Manuel) ● IV: Poesía y poética ● VI: Obra crítica. (El cuarto de estos volúmenes reúne Presencia, Salvo el crepúsculo, Pameos y meopas, De le ragioni dela colera, Negro el diez, Elogio del 3, Poemas dispersos inéditos. Al parecer el volumen V deberá contener la “prosa varia”, es decir los libros inclasificables como Historias de cronopios y de famas o Prosa del observatorio, y desde luego aquellos que Cortázar denominaba “almanaques”: La vuelta al mundo en 80 mundos y Último round. Los tomos siete y ocho incluirían la correspondencia y el tomo noveno las entrevistas al escritor.)

 

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Julio Cortázar y la poesía (2)

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DGD: Postales, 2024.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Cortázar habla de poesía (1)

 

[Breve antología de textos procedentes de Imagen de John Keats (Alfaguara, Biblioteca Cortázar, Madrid, 1996) en los que Julio Cortázar no sólo se aproxima al territorio que le es más entrañable, la poesía, sino que redacta una poética del único modo en que puede asumirse tal tarea: en términos de un largo poema introspectivo, definitivo y en verdad comprometido con su tema. (DGD)]

 

La total medida de un poeta es someterse a su poesía, reducirlo todo a ella, serla.

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[L]o que me gustaría explorar, más que las oscuridades de la vida espiritual, es la situación y el decurso del espíritu en la vida del hombre dotado de espíritu e inmerso en su circunstancia. Una poesía haciéndose, su respiración, su pulso, ese alentar que separa las aguas y entra en el alegre caos del día como la proa o el pájaro.

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[L]a poesía como destino y no como profesión literaria.

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En aquella marejada colectiva en donde la Poesía consiste en una musicalización del microcosmos personal, la obra de Keats se muestra extrañamente distante, aislada y solitaria.

 


Cuando digo: Paul Éluard, sé que todos, todos los poetas lo murmuran conmigo. Hay armónicos, hay ecos morales, hay una sola poesía así como esta rosa es todas las rosas y esta noche (el río está violeta en mi ventana).

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John [Keats] sabe esperar. Su poesía fue un árbol, cumpliéndose a su tiempo.

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[S]ólo la poesía puede comunicar las esencias de los seres vivos. Nada hay en común entre un hombre y un árbol si cada uno se atiene a su reino (tres reinos hay en la Naturaleza: el animal, el vegetal y el mineral), pero las ósmosis líricas diluyen las fronteras.

 


¡Qué solitaria, qué tristemente bulle la poesía en unos pocos corazones!

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[E]l poeta, aunque parezca mentira, no escribe para el futuro. Esta es una de las grandes patrañas que inventan los que no salen de la prosa. Un Gide y un Stendhal aluden a las futuras generaciones que los leerán, pero el poeta hinca sus treinta y dos dientes en el durazno diurno.

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El consejo gideano: “No aprovecharse nunca del impulso adquirido”, se cumple en Keats, que rechaza toda organización fácil de recuerdos. Su poesía es siempre una construcción. No evoca nunca: invoca.

 


Keats sabe que la poesía es celebración, vale decir admisión justificada, elegida.

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Francia es, con Nerval y Baudelaire, la que extraerá del romanticismo su semilla esencial —que hemos visto intuir a Keats— e irá del poema hacia la poesía en vez de moverse de la poesía hacia el poema.

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Endimión tiene un sentido directo: “Si quieres a una diosa, gánala siendo un hombre”. Y un sentido secreto: “Si quieres la Poesía, gánala desde la sangre”.

 


[E]l ruiseñor canta, y ese canto mueve en el poeta una poesía que es aprehensión humana del canto, y respuesta humana al canto. Allí no hay nada que hacer, la operación poética no es activa, no es un avance del poeta al ruiseñor, del existir al ser, del estímulo al misterio esencial. Hay ahí algo más simple y más original: un contacto, un retorno, un enajenamiento. [...] Surgen, pues, entrañados, el canto con lo cantado; de una manera indecible, porque sólo el poema está diciéndolo; se asiste allí al encuentro en lo hondo, a la instancia última donde ya no hay poeta, no hay hacedor: él es la boca donde la poesía se hace beso, la carne donde la herida da ser a la espada.

 


 

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Entre los años 2004 y 2012, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores publicó cinco de los nueve volúmenes anunciados de las Obras completas de Cortázar: I: Cuentos ● II: Teatro. Novelas I. Buenos Aires (Divertimento, El examen y Los premios) ● III: Novelas II. París (Rayuela, 62 Modelo para armar y Libro de Manuel) ● IV: Poesía y poética ● VI: Obra crítica. (El cuarto de estos volúmenes reúne Presencia, Salvo el crepúsculo, Pameos y meopas, De le ragioni dela colera, Negro el diez, Elogio del 3, Poemas dispersos inéditos, y cierra con Imagen de John Keats. Al parecer el volumen V deberá contener la “prosa varia”, es decir los libros inclasificables como Historias de cronopios y de famas o Prosa del observatorio, y desde luego aquellos que Cortázar denominaba “almanaques”: La vuelta al mundo en 80 mundos y Último round. Los tomos siete y ocho incluirían la correspondencia y el tomo noveno las entrevistas al escritor.)

 

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